¿Y si el PSOE acaba como el socialismo francés?
Que Vox esté a tres escaños ahora del PSOE, tal y como hemos podido leer este domingo en las páginas de OKDIARIO, es una señal de la grave crisis en la que se encuentra el PSOE con Pedro Sánchez. El problema para los socialistas españoles es que, por un lado, no se quieren enterar de lo que ocurre pues sus dirigentes andan más preocupados en conservar el poder gubernamental hasta finales de 2023; y que, por otro lado, Pedro Sánchez no es precisamente un referente en rendición de cuentas ni de alimentar debates internos. Ni desde fuera del partido ni desde dentro. Sánchez le tiene tanta alergia a comparecer ante los suyos como a dar explicaciones a los españoles. A eso hay que añadir que parece que sólo exista un PSOE, el que está en el Gobierno, con una sede en Ferraz absolutamente muerta, más concurrida por actos antisanchistas que por los propios dirigentes del partido.
La caída en el precipicio en la que se encuentran los socialistas españoles es el mismo proceso de desmoronamiento que viven sus colegas franceses desde hace más de un lustro y tiene elementos comunes que conviene reseñar. En primer lugar, las encuestas francesas ya les daban un muy mal resultado a los socialistas franceses en su último año de mandato, algo que ya empieza a ser muy visible en el caso español. En Francia, no se supo reaccionar a tiempo y aquí ya se ve que tampoco.
Pedro Sánchez no ha dicho aún si va a ser o no el próximo candidato de los socialistas españoles a las próximas elecciones. Conociendo su exceso de ego y su concepción mesiánica de su presidencia, a buen seguro que es incapaz de renunciar a un nuevo posible mandato a pesar de que con ello arrastre al fondo al PSOE.
A ello hay que añadir la mala valoración que, entre los españoles, recibe Pedro Sánchez. Uno de los últimos datos, sorprendentemente publicado por el CIS, es que Sánchez es el líder de la UE peor valorado por su gestión de la guerra de Ucrania, a pesar de la foto suya al lado de Zelenski de hace unas semanas.
Los socialistas franceses se convirtieron en un partido de élites desplazando al clásico votante de procedencia humilde o de clases medias. Las clases más desfavorecidas se sintieron más arropadas por el partido conservador de Le Pen y las clases más altas encontraron en Emmanuel Macro la alternativa perfecta al socialismo. Aquí, en España, se ha producido un fenómeno parecido. Las clases populares se sienten más representadas por partidos de la derecha, como PP y Vox, mientras que aquellos individuos de zonas urbanas, alto poder adquisitivo y votantes de las siglas de izquierda andan muy desmovilizados entre el desencanto y la apatía.
A diferencia de la política francesa, el elemento claramente favorecedor para la derecha en las próximas elecciones españolas y durante un largo período de tiempo será precisamente lo que yo llamo la “trampa de la izquierda española”, es decir, la existencia de un gobierno de coalición de PSOE y Podemos tiene atrapado a ambas formaciones, mientras que la extrema izquierda francesa -prima hermana de Podemos- vive un momento dulce precisamente por no haberse sentado en un consejo de ministros, algo que siempre arrastrarán Yolanda Díaz, Ione Belarra, Pablo Iglesias o Irene Montero. Por mucho que se empeñe Yolanda Díaz, está tan quemada como cualquier miembro del gobierno español y no puede aspirar a convertirse en una suerte de Jean-Luc Mélenchon en España.
Manuel Valls, primer ministro francés bajo la presidencia de Hollande, pidió a voces y a la desesperada en un mitin “no morir mañana” ante “la vergüenza de la derrota y la humillación”. Seis años después los socialistas obtuvieron menos del 2% de los votos. ¿Habrá tomado Sánchez nota de ello?