Ser mujer no es una discapacidad
Para sorpresa de nadie, la izquierda decidió hace un tiempo asumir como propias todas las teorías machistas del franquismo y adaptarlas a los nuevos tiempos. A saber: que las mujeres somos seres inferiores que entonces necesitábamos de la tutela de nuestros maridos y ahora requerimos de la guía moral del feminismo para subsistir porque, al parecer, nuestro libre albedrío es errático. Hay toda una infinidad de faltas de respeto sexistas a las que las mujeres tenemos que hacer frente cada día, pero hay una que, englobando a todas las demás, se convierte en una humillación impresentable. Hablo, por supuesto, de la discriminación positiva. Y dentro de ella, las cuotas.
Hablemos de ellas. Las plazas reservadas para colectivos vulnerables en empresas, universidades o colectivos surgen con el objetivo de solventar una injusticia de partida: como hay un elemento innato al candidato que le convierte en inferior a los demás, lo justo es reservarle algunas plazas que en concurrencia competitiva sería incapaz de conseguir. Es el caso de las oposiciones con la cuota para personas con una minusvalía superior al 33%, en las que como hay un claro elemento de inferioridad en ellos se reserva un cupo para garantizar su empleabilidad, entendiendo que en igualdad de condiciones no podrían alcanzar el nivel de un candidato promedio.
Teniendo en cuenta que ser mujer no es una discapacidad ni una condición que nos convierta en analfabetas, ¿por qué debe ser obligatorio que haya paridad en empleos, en consejos de administración o listas electorales, incluso a costa de meter a mujeres con calzador por cuota? ¿Acaso nuestras capacidades están tan limitadas que nos impiden acceder a los mismos puestos que los hombres sin necesidad de ayuda del Estado?
Quizás es que algunas confunden la discriminación biológica herencia de la tutela franquista, por la que como antes había menos mujeres formadas, ahora también hay menos mujeres en puestos directivos; con la discriminación ideológica herencia de la mal llamada tutela feminista, por la que unas cuantas incapaces prefieren creer que su falta de capacidad, que justifica su nulo éxito profesional, en realidad es culpa de su género y no de su cerebro. En cualquier caso, resulta ofensivo que cada mujer que consiga un puesto de responsabilidad tenga que demostrar el triple para que se le valore la mitad por la presunción de que su liderazgo es única y exclusivamente mérito de una cuota.
Esta consagración políticamente correcta por el que las mujeres necesitamos que un Pedro Sánchez cualquiera nos reivindique para ser importantes es sencillamente humillante, pero parte de una condescendencia que es muy propia de los machistas de verdad: esos como el macho alfa de Podemos que deja a mujeres florero al frente del Gobierno y el partido, pero se enfada si de repente quieren tomar una decisión sin consultarle porque, en el fondo de su ser, y en realidad también a flor de piel, las considera inferiores. Y eso que en este caso las féminas sí son de izquierdas, que si llegan a ser conservadoras ya ni les cuento. Ya lo saben ustedes: Hermana yo sí te creo, excepto si eres judía o facha. Cosas que pasan.
En cualquier caso, hay discriminaciones positivas incomprensibles: las que convierten a las mujeres en seres incapaces de mentir y a los hombres en mentirosos compulsivos. ¿Saben quiénes tampoco mienten? Los niños y los borrachos. En otras palabras: personas que no tienen capacidad intelectual y cognitiva suficiente. Es decir, seres circunstancialmente inferiores, con la diferencia que ser niño se cura, la borrachera también y ser mujer afortunadamente no. Pero para la izquierda, somos constitutivamente incapaces de ser normales.
Pasamos de 8 de marzo en 8 de marzo con soflamas absurdas sobre una igualdad que lleva décadas conquistada, obviando que el principal problema de la mujer es combinar la maternidad con una vida profesional exitosa y poniendo el acento en problemas propios de niñatas de Malasaña en vez de en las reivindicaciones justas que aún quedan por conquistar. Por ejemplo, la libertad de que nadie nos diga qué significa ser una buena mujer o si acaso que tal categorización deje de existir.
Con tal de que el arco parlamentario nos deje de mirar con una condescendencia machista propia de quien aún cree en la Sección Femenina, suficiente. Soy pesimista. El machismo del PSOE, de Podemos y Sumar está definitivamente institucionalizado.