No hay tregua: Sánchez contra la Corona y la Constitución

Sánchez Corona

La derecha hispana es tan bobalicona que a menudo cae en las trampas que le tiende la izquierda aprovechategui. Por ejemplo, esta vez Sánchez ha realizado un ejercicio de esquizofrenia de manual, y al tiempo que celebra, literalmente, que «el Rey sea consciente de los desafíos que sufre España», deja, con su silencio, que todos sus conmilitones de Gobierno se ceben contra el estupendo mensaje que difundió el Rey en la Nochebuena. Ni una sola mención para afear la conducta de sus cómplices que ya, sin disimulo alguno, ponen fecha de caducidad a la Constitución y a su instrumento clave: la Corona.

Pues bien: esa derecha aludida a la que el cronista denomina por su cuenta y riesgo la derechorra, porque no puede ser menos espabilada, ha sentenciado en estos días que se ha producido una especie de tregua política no sólo entre los partidos, sino en los arrebatos anticonstitucionales, y que, por ende, todo apunta a que vamos a entrar en un periodo de relativa calma. Naturalmente que los estólidos apóstoles de la susodicha tregua no aportan una sola prueba de que ésta se haya realmente producido; ni una, es más bien el deseo de los llamados moderados que temen el furor de la izquierda revolucionaria «no vaya a ser que nos llamen fachas».

En pocos días, en cuanto abandone el turrón, el cava y las uvas, la turbamulta se pondrá en marcha para no dejar ya títere con cabeza. Estamos ansiosos de conocer los términos de la intervención que, según parece, va a perpetrar con ocasión del fin de año el cómplice Frankenstein, Pedro Sánchez Castejón. Por lo que hemos sabido, el mensaje de Felipe VI del día 24 estaba repleto de contraprestaciones. Explicación: es más que seguro que La Moncloa, en quien recae la autorización última de cualquier acto real, se avino a soportar las denuncias -que fueron tales– que formuló el monarca ante el desastre institucional de nuestro país, a cambio de una par de concesiones, morcillas diríamos en el lenguaje teatral, al jefe Sánchez. ¿En qué pudieron consistir éstas? Pues fácil: en una fotografía y una apelación al semestre en que España será capital de Europa. La foto recogía la «familia de la OTAN», el cuadro de todos los dirigentes de la Alianza que viajaron a España antes del verano, parieron un documento insustancial, y se lo pasaron chupi en Madrid y alrededores, ellos y sus señoras y señores. Se trataba con esta inclusión de significar no ya el papel trascendente de España en el universo mundo, sino el protagonismo de su presidente del Gobierno, anfitrión ufano de la cumbre. En el mismo sentido se construyó la referida apelación: de nuevo, el Rey cedía los trastos al que aún es su jefe de Gobierno, y recalaba en él la importancia de una cita europea que, recordémoslo, porque es obvio, toca cuanto toca y es linealmente rotatoria.

Lo comido por lo servido debieron argumental en La Zarzuela, donde esperaban con interés la plúmbea homilía que todos los años, el tópico balance que por estas fechas acomete Sánchez para contraprogramar el mensaje real del 24. El todavía presidente ha vendido a los españoles que se han dejado (que son poquísimos porque ya no hay quien le aguante) la especie tóxica de un país en cabeza de la clasificación mundial, que goza de un prestigio acrisolado en todos los territorios por donde se pasea Sánchez. No ha faltado, desde luego, una doble invitación a que los españoles todos, como diría el mismísimo Franco, reconozcamos de una vez por todas, la paz que nos ha traído el susodicho en Cataluña, o su respeto constitucional a una norma suprema de la que ya no van quedando más que despojos. Y, por cierto, el compromiso golfo de que nadie se crea un referéndum en Cataluña. Después, como en los sainetes de toda la vida, «fuese, ¿y no hubo nada? ¿O sí? Porque a lo peor, el sujeto en cuestión aborda el Falcón para recibir el 2023 en alguno de los palacios que ha ‘okupado’  como suyos».

Todo para prepararse para la más infame campaña que sus acólitos, al mando del depauperado Félix Bolaños, le están preparando cara a las elecciones del 28 de mayo y a las generales aún sin fecha. En el copetín de Navidad, al que Sánchez invitó preferentemente a sus corifeos, dejó cuatro perlas cultivadas y una promesa, ¡fíjense!, para que los colegas (algunos son sólo palanganeros) fueran metabolizándolas y usándolas a mayor honra y gloria del preboste. La promesa, ya dicha, es que no pactará una consulta vinculante con sus socios. Las perlas son cuatro: la paz, por tanto, en Cataluña, la resistencia de la oposición (del PP hablo, porque Vox sólo lo utiliza como comodín del público) a comportarse como un partido constitucional, naturalmente una reflexión sobre el prestigio de España en el exterior, y un convencimiento propagandístico a que las encuestas «son perfectamente remontables». Esto debe decírselo su desvergonzado vocero José Félix Tezanos.

Toda esa forzada publicidad intenta además lograr un objetivo singularmente abyecto: responsabilizar al centroderecha de la ruptura de una tregua que él -pregona- está encabezando y que ya ha confundido a ciertos sectores angélicos o cosa así de la oposición. O sea, se trata, más o menos, de ésto: «Yo -ya lo ven- he celebrado el mensaje del Rey, incluso de sus advertencias al deterioro institucional, pero Feijóo y sus gentes no están en este camino, lo suyo es la confrontación y el insulto». ¿Alguien me puede achacar que el cronista esté errado en este aviso? Sorprende, por tanto, que los bienintencionados del centroderecha se dejen las piernas en este cebo y en su trampa correspondiente. ¿O es que les viene bien para demostrar su talante democrático lejano a los exabruptos de la comunicación radical? ¿O es que esta postura guarda un reconocimiento justo como, según denuncian fuentes enteradas, efectúa más de un presidente regional del PSOE? El cronista, para terminar, rebaja a la fuerza la magnitud de las sospechas. Lo deja todo en simple alelamiento.

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