El PSOE ha muerto, viva el PSC

Esta semana el presidente del Gobierno anda contraprogramándose para que, entre otros problemillas, no nos demos cuenta que con la supuesta normalización de Cataluña han recuperado una Diada venida a menos, pero ya como fiesta del Estado español. Desde luego que ya lo es para la actividad política, que se ha suspendido sin ni siquiera buscar un motivo confesable (inicialmente era día de paseo de Begoña por el juzgado); y no creemos que Sánchez se le hayan hecho cortas las vacaciones de maestro nacional que ha disfrutado.
Lo cierto es que por obligación, pero más por devoción, Cataluña es el alfa y el omega del sanchismo y aún del socialismo patrio; ya lo fue en la etapa de Rodríguez Zapatero, pero ahora de forma más intensa y extensa. Es el origen y causa de la llegada y mantenimiento en el poder: allí es donde obtiene un apoyo electoral diferencial (triplica al PP en porcentaje y escaños), y allí es donde encuentra el resto de apoyos que viene necesitando desde 2018. Pero además del origen también es el fin primero y prioritario del régimen, ya que no hay nada que haga (o no haga) el sanchismo en que no prime la clave catalana: las leyes y medidas que se aprueban, o son directamente elaboradas para Cataluña y su ‘problemática’, o se ahorman para atender su ‘singularidad’. Es en definitiva causa de sus desvelos y principal demandante de las atenciones y los recursos, pero tanto por requerimiento de sus socios como por auto imposición de un socialismo catalán que comparte objetivos y anhelos con los partidos independentistas.
Porque no pensemos que es ahora cuando el socialismo se ha visto contaminado por los pedigüeños vicios del nacionalismo secesionista; en Cataluña siempre estuvo dirigido por una rancia y supremacista burguesía barcelonesa que, o por prurito o por interés, no reconocía sus aspiraciones diferenciadoras, pero que alentaba la deslealtad con el resto de España y despreciaba a los charnegos del cinturón industrial que eran quienes llenaban las urnas con papeletas del PSC.
Lo que si han copiado es ese discurso de barretina y butifarra que ahora habla de Lawfare o de dumping fiscal y que siempre viene trufado de un victimismo histórico que casa mal con el favoritismo y la capacidad de influencia que ha disfrutado Cataluña en los últimos 150 años: desde el proteccionismo económico y la explotación concesionaria exclusiva en Cuba hasta la re- industrializacion franquista, desde Prat de la Riba y Cambó a Puyol y el fugado Puigdemont, desde el esclavista Antonio López al árbitro Negreira…
Lo cierto es que el sanchismo ha hecho más por el independentismo catalán de lo que, al final, consiguió el proceso golpista: la aparente normalización ha inhabilitado los instrumentos que impedirían la desconexión y ha rehabilitado a los condenados por sedición, impidiendo que los partidos secesionistas abrieran una nueva etapa, sustituyeran a los viejos líderes y recuperaran cierta lealtad institucional.
El problema (para el PSOE) es que el resto de españoles pueden haberse percatado que esa mayor veneración con la que el sanchismo reina en Cataluña no es tan elevada como la que el Sagrado Corazón prometió al jesuita Bernardo de Hoyos, y que tanta desigualdad y tanta inequidad provocan una desafección en el resto de España mayor a la que generan los casos de corrupción o la incapacidad de gobernar.
Las elecciones que en este curso político se celebrarán en Andalucía y Castilla y León van a dar la medida de la misma y son las que determinarán si un PSOE preñado del supremacismo, la insolidaridad y la deslealtad del PSC es compatible con un proyecto nacional. Ya es evidente, hasta para un ansioso PP, que Pedro Sánchez hará todo lo que esté en su mano para aguantar hasta el último minuto del último día, pero esas elecciones autonómicas podrían hacer saltar, no su patológica resiliencia, sino los mecanismos de supervivencia de un socialismo que no se resigne a seguir tocando como la orquesta del Titanic.