La pesadilla Illa
Existen dos precedentes de ministros del Gobierno de España que, catapultados por sus jefes, tuvieron que abandonar sus cómodas poltronas ministeriales para irse, seiscientos kilómetros arriba, a ajustarse los machos y competir por la Presidencia de la Generalitat: el socialista José Montilla y el popular Josep Piqué. Ambos dejaron sus carteras apenas declarado su aspirantazgo. Es decir, absolutamente lo contrario de lo que hasta ahora ha hecho el siervo de Sánchez, Salvador Illa. Parece insólito que en una situación “desesperada, pero no grave” como solía repetir con ironía Joaquín Garrigues, un ministro de Sanidad no cese automáticamente en su ministerio y se marche a dar mítines como si en este país no estuviera pasando nada. Aumentan y aumentan sin parar los contagios en toda España, y sobre todo en Cataluña, crece desesperadamente el número de personas fallecidas y ya las UCIS de toda España soportan la misma presión que en marzo y abril cuando no cabía una cama más en sus recintos. Además, la campaña de vacunación masiva, sobre la que el Gobierno ha construido un repulsivo aparato de propaganda, está resultando un espectacular fracaso. Tres preguntas al respecto: ¿Alguien sabe algo del plan de vacunación nacional que dijo tener preparado Illa? ¿Cómo está siendo el reparto de dosis por todas las provincias españolas? Y, finalmente: ¿cuáles son las prioridades que se están aplicando si se está aplicando alguna
Interrogantes sin respuesta que Illa ya no tiene la menor intención de aclarar. Él, como todo el Gobierno, está desaparecido. Se refugió en su tierra con las depauperadas siglas del PSC como escudo, haciendo campaña en Cataluña al tiempo que construía, según la inveterada costumbre de la “Cosa Sánchez”, nuevas mentiras. Por ejemplo, esta de que no regalará sus votos a los independentistas de Esquerra para que estos se alcen con la primogenitura de la Generalitat. O sea, igual que su patrón: un embustero crónico. Le salva que no es un psicópata narcisista, más parece un hombre artificialmente bueno que se sacrifica, según sus promotores propagandísticos, por la salud de todos los españoles. Otra engañifa. La verdad, es que no va a descubrir sus cartas, ni él, ni su presidente Sánchez hasta comprobar cómo se ajustan las elecciones en Cataluña. El pobre Aragonés ha firmado la convocatoria de elecciones ciertamente asustado: ¿Cómo abrir las urnas con el desastre sanitario monumental que vive el Principado? En cuanto a Illa: ¿puede acudir el aún ministro a sus mítines a presumir de unos datos que son una auténtica desgracia territorial? ¿Han calculado los partidos que han aceptado la convocatoria la enorme abstención que se puede producir en un paisaje donde ya nadie se atreve a comunicarse con nadie?
En resumidas cuentas: Illa, pesadilla, ya no espera a ver qué pasa. No ha querido quedarse, colgado, sin ministerio y por eso ha resistido en Madrid mintiendo sin parar sobre los infectados y los muertos, y disimulando la penosa situación para montarse en el AVE y llegarse hasta Cataluña para continuar engañando en su campaña socialista. Esta campaña que se inaugura contra todas las luces de la razón porque la impresión es que ahora mismo no se dan las condiciones para abrir colegios electorales en Cataluña. Ni uno. El presidente en funciones de la Generalitat, el pobre muchacho Aragonés, según todas las informaciones no ha podido soportar las presiones de los que desde Madrid y desde las cárceles le han inducido a convocar el próximo 14 de febrero. Han sido muchos los juiciosos que han opinado que en esta terrible tesitura es absolutamente irresponsable abocarse a una jornada de la que pueden salir muchos más contagiados y, desde luego, cientos de muertos ¿Quién cargaría con esta culpa? Illa, pesadilla, acólito de Sánchez, no se ha atrevido siquiera a detenerse en esta posibilidad porque el futuro sería para él no de aurora boreal precisamente, sino quizá de celda de la cárcel más cercana a su pueblo, ese del que nunca debió salir. Illa, que hora se presenta en la propaganda oficial como poco menos que el salvador de España (a lo mejor le ha quitado el puesto a su progenitor político Sánchez) es en realidad una calcomanía de su presidente, un tipo embustero que ha sido responsable de la peor gestión (lo denuncian los organismos internacionales) del virus. Primero, mintió “porque aquí ni va a pasar nada, apenas unos cuantos casos” (sic), y cuando la realidad desbordó su mentira, simplemente hizo dos cosas: una echar el muerto (perdóneseme la licencia) a las autonomías, y, otra, presumir de que la vacuna era cosa suya y de su jefe, claro está. La pesadilla Illa no sabe nunca qué hacer, que es exactamente lo que ha hecho durante todo este tiempo,