Patriarcado feminista
España no tiene solución. Y si la tiene, pasa por enfrentar a la dictadura woke, progremema, ecoboba y feministoide con sus fantasmas internos, esto es, sus insuficiencias intelectuales, que son todas. Hace unos días, una cantante venida a menos enseñó las tetas en un concierto y enseguida, la progresía patria nos aleccionó sobre la falta de derechos que tienen las mujeres aquí (subrayo el adverbio), una lección tan innecesaria como fútil, porque no hay derecho alguno a que la mujer no disfrute respecto al hombre. Pero eso ya lo sabemos. Y lo que es más importante: ya lo saben. Amaral y el colectivo de destetadas nacionales no están aquí para que la razón triunfe, sino para que la causa facture.
Ahora, han bastado la torpeza y malas formas de un dirigente deportivo maleducado y gañán para que la turba condene en vía pública lo que en casos peores bizqueaba porque en el fondo, es un socialista de los nuestros, o sea, de los suyos. Que Rubiales dé un beso a una jugadora tras la conquista del Mundial de fútbol es suficiente para que el país implosione, en la enésima cortina de humo fabricada por los puntuales satélites del régimen y la prensa mamadora del movimiento. Y así no se habla tanto de cómo van a amnistiar a unos golpistas, de la carestía de materias primas, la subida de precios en alimentos básicos, la imposibilidad de comprar o alquilar una vivienda o del aumento incontrolable del paro y la deuda pública.
Resulta vomitivo cómo los colectivos de siempre, con los habituales aliados alienados, consiguen tapar el mayor éxito colectivo del fútbol femenino en su historia. Porque en el fondo, de lo que se trata, es de rentabilizar el negocio de la falsa opresión para que creamos que lo que ya fue conquistado hoy se declare por conquistar. Han venido a regañarnos, el resultado les da igual.
La izquierda, experta en vender como hazañas lo que hace décadas fue historia, enseña su intimidad y quiere convencernos de que la revolución ya está aquí. Antes, por lo menos, se luchaba por causas con sentido: la paz, los derechos laborales o la emancipación de la propia mujer. Ahora, el patriarcado feminista dicta órdenes de empoderamiento a la carta, mientras olvida a las víctimas de verdad que son asesinadas cada día por teocracias totalitarias o por los violadores que Montero y Sánchez sueltan a las calles.
Las feministas de hoy representan el patriarcado que pretenden denunciar. Le dicen a la mujer cómo tiene que vivir, sobre qué es conveniente pensar, cuándo tiene que denunciar y quejarse, o las medidas que debe tomar para comportarse como una persona realmente libre (en lo individual está la libertad, no en la masa sectaria). La protegen tanto que no se diferencian del talibán que la cubre de arriba a abajo o del machista que le hace creer que sin él no puede vivir. En eso se ha convertido la secta vividora de la causa: en el espejo que refleja sus peores demonios.
En lo más profundo de su universo hegeliano, se descubre que el feminismo patriarcal necesita de la aprobación del otro para forjar y definir su identidad. Un feminismo que no tiene crédito moral cuando alza la misma voz cobarde que se hace silenciosa allí donde es necesario alzarla. ¿Por qué no hablan, gritan o ejercen nudismo militante cuando un inmigrante, solo o en manada, viola y empala a una mujer, destrozando su dignidad y su vida? Porque caerían en contradicción con su defensa de la multiculturalidad.
Porque para esta izquierda woke, este progresismo sin progreso, las causas fragmentarias son una e indivisible. No puedes ser feminista sin ser ecologista, vegano, indigenista y defensor de las bondades integradoras del multiculturalismo. En ese lote se incluye la denuncia a la carta que convenga a los intereses económicos del colectivo falsamente oprimido.
Por eso Rubiales caerá, porque el patriarcado feminista así lo decide. Lo suyo nunca fue una cuestión de derechos, sino de ideología.
Coda: «Debe permitirse que las mujeres fundamenten su virtud en el conocimiento. No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas». (Mary Wollstonecraft, feminista de verdad).