Pablo Iglesias y su matraca
Las encuestas aventuran un caída estrepitosa del apoyo ciudadano a la formación dirigida por Pablo Iglesias. No es de extrañar, ni sus propios fundadores reconocen ya al partido morado. Las torpezas del ‘Gran Timonel’ de Galapagar han sido tantas que han dado al traste con el gran proyecto de los neocomunismo español. Como Kim II-Sung, fundador de la Republica norcoreana, su naturaleza ha llegado a ser casi divina y sus polémicas decisiones respaldadas como verdades infalibles. El cesarismo de Iglesias ha ido expulsando de su lado a todos los promotores del socialismo bolivariano ‘a la española’, sustituidos en la foto, como ya hiciera Stalin con Trotsky y Kamenev, por peldaños.
No obstante, la revolución podemita tenía pocas posibilidades de triunfar en un contexto globalizado, en una España cobijada por la Unión Europea y con una clase media que, aunque muy tocada por la crisis económica, mantiene intactas sus aspiraciones. Solo era cuestión de tiempo que esta hiperactividad revolucionaria zozobrase víctima de sus contradicciones, sus ensoñaciones y su completa falta de dimensión política.
Hemos visto a los de Podemos aplicar a su propia disidencia, la reforma laboral que denostaban; hemos visto a los de Podemos convertirse en la muleta política del separatismo, visitando y negociando con el golpismo en la cárcel; hemos visto a los de Podemos blanquear a Arnaldo Otegui; hemos visto a los de Podemos deshacerse en halagos con la tiranía venezolana; hemos visto a los de Podemos avalar con sus votos la versión de lujo del Pablo Iglesias vallecano; hemos visto a los de Podemos defender la okupación; hemos visto a los de Podemos designar a una candidata que fue condenada por asesinato; y, en las ultimas horas, hemos visto a los de Podemos asesorarse en materia de Infancia por una persona que había secuestrado y mantenido en una situación de semisalvajismo a su propio hijo. La sociedad española ha visto lo suficiente para saber de qué van.
Pero, ahora, Pablo se ha comprado una matraca para intentar silenciar las críticas. Ha reeditado la versión franquista de la conspiración judeo-masónica, denunciándose víctima de un complot. Una denuncia que hace pública gracias a la extraordinaria generosidad que le brindan los mismos medios que forman parte del tal complot. La verdad es que, como estrategia electoral, resulta desternillante.
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