¿Y no sería mejor poner los «puntos violetas» en las sedes del PSOE?
El escándalo desatado a raíz del comportamiento libidinoso de Paco Salazar, mano derecha de Pedro Sánchez, ha llevado al Gobierno a fomentar los denominados «puntos violetas» en la Administración General del Estado como mecanismo para «fortalecer la prevención de la violencia contra las mujeres».
O sea, que como en el PSOE crecen como setas los acosadores sexuales, la solución del Ejecutivo es establecer puntos físicos en los ministerios -identificados con cartelería morada- de «información y sensibilización» contra las violencias sexuales. Habrá que estar atentos porque detrás de estos «puntos violetas» estaba la ex directora del Instituto de la Mujer Isabel García, que se había montado un chiringuito -recibió al menos 64 contratos públicos- para la gestión de este tipo de instalaciones con los que la izquierda pretende combatir la violencia contra las mujeres.
La medida está recogida en el nuevo Plan para la Igualdad de Género en la Administración General del Estado, que fue aprobado tras conocerse las denuncias de acoso sexual contra Paco Salazar. La respuesta del PSOE, que encubrió al alto cargo de Moncloa hasta que la situación se le fue de las manos, es la de promover acciones de «sensibilización» para el personal de la Administración del Estado sobre el Protocolo de actuación frente al acoso sexual y acoso por razón de sexo.
Cada departamento ministerial deberá publicar en la intranet el protocolo «para garantizar su accesibilidad y conocimiento por todo el personal». Y, además, deberá realizar «al menos una sesión divulgativa al año, en horario laboral, fomentando la asistencia». Estas acciones se completarán con «dípticos informativos, envíos de mailing, contenidos audiovisuales, redes sociales y la inclusión de una referencia al protocolo en el manual de acogida». En conclusión, que como en el PSOE no han hecho absolutamente nada ante las denuncias de acoso sexual, ahora serán los funcionarios los que paguen las consecuencias al tener que soportar el tostón ultrafeminista de la izquierda y sus «puntos violetas».