Moncloa es la Bastilla
Mientras discutimos sobre a quién debemos echarle la culpa de la tragedia de Valencia y de los más de doscientos muertos que hay en la mesa, Sánchez ha ganado el relato. Otra vez. Y no será porque no lo avisamos. La izquierda es experta en utilizar las catástrofes en beneficio propio y si hay víctimas, se gusta todavía más, se relame, abre sus comisuras y empieza a sacar su habitual espuma de odio irrefrenable. Los muertos son unas estadísticas para todo zurdo, un arma política de usar y tirar, cuya utilidad empieza y termina en la senda infinita que el rédito social le permite: manipular la verdad, alterar la realidad, sacar a sus obedientes ovejas a pastar y poner en mayúsculas que la culpa de todo la tiene la derecha. Si esa es la guerra que quiere la izquierda, convendremos que habrá que darla sin demora. Y empezar a hablarle en el único lenguaje que entiende. Sin darle, a esos zurdos de mierda, escoria social y moral que rentabiliza las tragedias en beneficio propio, ni un milímetro. Porque de la nada, te vuelven a montar un Prestige o un 11M.
Los asaltacalles que este fin de semana quisieron ir de solidarios con el pueblo damnificado, no se levantaron del sofá cuando la humanidad les exigía dignidad, con la gente ahogándose ante la indiferencia de políticos y la suya, como siniestra turba cochambrosa que ahora toma las calles pidiendo, de manera miserable, una sola dimisión. Ahí estaban los delincuentes del pancatalanismo secesionista y su matriz totalitaria llegada de Waterloo, que acuden a la violencia como las hienas al olor putrefacto de la carne. Ahí estaba Podemos, carroña política de la peor especie, vividores del buen comunismo que justo conciben la vida pública si pueden saquearla en nombre de Marx. Ahí estaban también los socialistas de Pedro, dispuestos a ejercer de buitres cuando fueron quienes lo provocaron todo. Y ahí estaban los medios del régimen, prestos a manipular la verdad, alterando una realidad que busca contentar al dueño y señor de la subvención. Por eso, el PSOE y sus fanáticos socios quisieron asaltar RTVE mientras les llegaba al móvil el número de fallecidos, porque su prioridad nunca fue salvar vidas.
Y esto no es anecdótico, sino norma, ni tampoco cesará, a menos que se le plante batalla. La izquierda no ha hecho otra cosa en su basta historia que monopolizar sentimientos y patrimonializar las causas. Considera que la calle es suya, cuando sólo la pisa para incendiarla. Si algo ha demostrado la tragedia de Valencia es que la derecha sociológica fue al lugar de los hechos a limpiar lo que estaba sucio, mientras que la izquierda del eslogan y la causita acudió a ensuciar lo que ya estaba limpio. Mientras unos fueron a poner orden en aquello que la naturaleza y la incompetencia política había desordenado, los otros se juntaron con la firme intención de desordenar lo que ya se está reconduciendo. Quienes más sufren en las concentraciones que la izquierda convoca son la verdad y los escaparates y esta vez tampoco fue una excepción. No hay que justificar sus etiquetas facilonas ni su argumentario de parvulario subsidiado. Hay que responder como a ellos más les gusta, molesta y ofende.
Ahora que se cumplen treinta y cinco años de la caída del muro de Berlín, cuyo derribo volvió a confirmar el fracaso del socialismo como modelo político e ideológico (algo constatado desde que levantaron la jaula que encerró a sus propios habitantes en 1961), es bueno recordar también que, dos siglos antes, el pueblo de Francia se levantó contra la injusticia de un régimen tiránico y caduco que conculcaba derechos y libertades. Y ahora, como entonces, es preciso replicar en España el hartazgo ante el principal culpable de la situación de decadencia y demolición al que hemos llegado. Y hacerlo donde toca. Sánchez es el objetivo y Moncloa el lugar al que debemos dirigir nuestros gritos, movimientos y condenas. Tomar la Moncloa, como antaño la Bastilla, empieza a ser una obligación moral si queremos que la libertad, la unidad y la democracia sigan vigentes y no nos convirtamos en un trasunto de dictadura caribeña con la próxima crisis de gestión política.
La izquierda gana siempre el relato porque la derecha se lo permite, que sigue sin entender que, cuando caminas por la senda de la gestión, te adelantan, a derecha e izquierda, por la autovía de la propaganda. Toda crisis es un ejercicio de resiliencia, resistencia y contundencia. Primero debes comunicar lo que vas a hacer, después contar lo que estás haciendo y por último explicar cómo lo has hecho; he ahí la clave del discurso eficiente, transparente y que genera credibilidad.
Sánchez es el gran culpable del descrédito y desunión que vivimos como nación, y si hay que obligar a dimitir a alguien, es a él y a su ticket, Teresa Ribera, comisaria de cuna y palmera de escaño. Que no haya un valenciano, ni un español por extensión, que deje de leer y escuchar esto: Sánchez prefirió controlar RTVE que ayudar a las víctimas, Sánchez priorizó la propaganda a salvar vidas, Sánchez utilizó la información para su beneficio político y ahora, Sánchez chantajea a los medios con quitarle la paguita si no publican lo que quiere. Esta es la bellaquería que debemos recordarle cada día. Y dirigir los esfuerzos a rodear el palacio donde dicta su mentira con todo el lodo, fango, barro y mierda que tengamos a mano para lanzarlo contra este dictador que, una vez más, sonríe a la muerte mientras se cisca en los muertos. El muy canalla.
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