Las limpiadoras del sanchismo
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El PP necesita munición argumental. Y de manera urgente. De nuevo, desperdicia un escenario favorable para liderar un relato que la sociedad abrace por justo y correcto y, por el contrario, acaba por justificar declaraciones que la contraparte, o sea, la propaganda del régimen, eleva a categoría de intolerable en su código deontológico, ese que dice que cuando la izquierda hace algo es bueno, pero cuando lo hace la derecha hay que denunciarlo. Así salen ahora los periodistas de las facultades, con el activismo aprendido y la soldadesca interiorizada, donde el primer mandamiento es rellenar de agitación retórica sus cometidos de plumillas en libelos subvencionados.
Cuando mejor tenían los populares el escenario para reivindicar el desafuero moral de la enésima rendición del PSOE ante los enemigos de España, vuelven a pulsar el botón rojo de autodestrucción y a facilitar la narrativa a la contraparte, lo que evidencia una falta de formación y control en el discurso y en sus portavoces exasperante. La ya ex alcaldesa de Pamplona, Cristina Ibarrola, de UPN, trufó la rueda de prensa en su adiós de verdades hirientes que resumían la enésima indecencia de quien ya ha sido bautizado como Pedro Arnaldo Sánchez Otegi (PASO), caudillo de Euscalerría por la gracia de ETA. Nada frena a quien sabe que la partida, mientras no cambie el actual sistema electoral, empieza inclinada con medio centenar de escaños asegurados a su favor.
Lo que se ha consumado este jueves 28 de diciembre es la matanza de la inocencia política. Ya nada queda de bueno del partido más criminal y desleal a España, si es que alguno aún confiaba en su supervivencia ética. Lo que el relato oficial lleva ahumando semanas se ha hecho carne gracias al pacto encapuchado: la entrega de la alcaldía de Pamplona a quienes defendieron, protegieron y abanderaron el asesinato político y civil del diferente para conseguir sus delirios nacionalistas. El PSOE-PSAO (Plataforma Sanchista de Arnaldo Otegi) es hoy un partido cómodo con el racismo y abrazado a la desigualdad xenófoba de los padres del privilegio. Ha regalado lo que juró no entregar, como ya hizo con la amnistía al golpismo delincuente, ejemplos que la prensa libre debería presentar como vergüenza inexcusable, pero claro, si uno acude a las ruedas de prensa de Sánchez como quien va a lamer piruletas, es normal que cualquier acto donde la mentira se hace cambio de opinión te parezca el summum del liderazgo político.
Empero, el periodismo pedrete, bien amamantado por los euros de la publicidad ideológica, consideró más importante la anécdota que la categoría y empezó a tildar de clasismo un modismo de uso costumbrista, al parecer denunciable por el mismo editorialismo obrero que fantasea en sus áticos de gin tonic y conversaciones salvamundos. Los redactores de cámara enseguida nos quisieron convencer de que la frase «prefiero fregar escaleras que pactar con Bildu» es más grave que tener en el gobierno pamplonés a un tipo condenado por agredir a dos mujeres y a un partido que justificó el tiro en la nunca a los compañeros de los que ahora les han regalado la alcaldía. Esos periodistas, cuya única independencia es el dinero, son tan clasistas ideológicos que en su ataque justifican lo mismo que denuncian. Se han convertido en activistas que alimentan la ignorancia de un pueblo cansado de engaño y atropello. Vendidos y rendidos al Gobierno que equilibra sus cuentas y paga su línea editorial, protegen al amo en cada rueda de prensa, donde el bochorno se hace costumbre y la baba presente cuando el dedo y diktat del líder les alumbra para ejercer su turno de vocero. Entregar Pamplona a un partido que hasta ayer llevaba terroristas en sus listas no causó malestar en los integrantes del equipo nacional de opinión sincronizada y prefirieron entonces acordarse de sus madres, todas limpiadoras de escaleras al parecer, para demostrarnos que la mierda moral ensucia mucho más que unas palabras a destiempo o un tuit de clasismo sin clase.
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