Jugar al toro por Navidad

Cuántos padres recorriendo centros comerciales, hojeando los catálogos de juguetes, sin encontrar lo que buscan realmente. Porque un padre siempre busca lo que tuvo en su infancia y que no encontrará en el plástico de un juguete ni en las baterías que alimentan un robot ni en los mandos de una playstation.
Culpamos de todo a los políticos, hasta de lo que pasa en nuestra cama y nuestro salón. Pero en ese razonamiento somos como ellos en los parlamentos, culpando al otro de lo que no tiene culpa porque depende exclusivamente de cada uno de nosotros.
Si quieres que tu hijo recuerde cuando sea mayor las mañanas de domingo y las tardes de invierno cuando jugabas con nada y eras feliz, si deseas que se le rasguen los ojos pensando en su infancia –la patria del hombre– regálale la oportunidad de soñar, de imaginar, de creerse un héroe, de sentirse valiente, estando a su lado y dejándole crecer con más niños al rededor.
Regálale un juego que, cuando imagine, sueñe con el mañana. Un juego que sin pensarlo conozca que hay vida porque hay muerte, donde existe Dios y el amor, donde puedan enfrentarse al miedo sin temer, al riesgo sin perder. Con el que se entrene para la adversidad para que, cuando llegue, la afronte como un juego y no como un niño.
Estas Navidades atrévete a mirar a través de la ventana y localiza la estrella que reconocías por estas fechas anunciando que una nueva vida renacía en el seno de cada hogar. Pon, debajo del árbol, una tela y, junto al zapato, pídele tiempo para corretear en círculos concéntricos.
Olvídate de los pasillos-laberintos, con juguetes importados de esa gran fábrica del mundo, que no producirá ni trapos de cocina, ni toallas de playa, ni cucharas de madera, ni brazos en ángulo recto, con los que jugar al toro en cualquier sitio, sin que importe dónde ni si hace frío, sol o llueve.
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