¡Indignaos!, votantes del PSOE

votantes del PSOE

Tomo prestado el título del alegato de Stéphane Hessel, uno de los redactores de la Declaración universal de los Derechos Humanos de 1948, para dirigirme, ante la desnortada orientación de la política de este gobierno de Sánchez, a los votantes (cf. La profecía totalitaria se está cumpliendo, OKDIARIO) y apoyos varios al sanchismo, que nada tiene que ver con el PSOE anterior al pérfido Zapatero. La situación real es muy grave. Es conocida por todos y el presidente Sánchez puede perder este primer envite electoral. Precisamente por ello, Sánchez ha convertido el 28-M en un plebiscito: ¡Sánchez o España!, en feliz síntesis de Ayuso. Si, a pesar de todo, lo gana Sánchez, el desastre, que nadie lo dude, está asegurado.

Ante la situación en que nos encontramos, viene a mi memoria la canción de Raimon contra la dictadura: Digamos No. Todos a una. La peor actitud ante el mal o la indecencia es la indiferencia. ¡Llevamos tanto tiempo mostrando al mundo este rostro! La única actitud inicial, mínimamente responsable, de todos aquellos que no se ven representados ni se reconocen en el sanchismo es la que propuso Hessel a los franceses: ¡Indignaos! El ser de izquierdas no es incompatible, ni mucho menos, con votar a un partido moderado y de Estado, que respete la Constitución, que tutele la capacidad del ciudadano a la hora decidir su destino y estilo de vida, y que gobierne, bajo el imperio de la Ley, para todos los españoles.

Lo que es inadmisible en una democracia e incompatible con una izquierda civilizada es llevar a cabo una gestión de la cosa pública con quienes quieren destruir España, con socios preferentes como Bildu, que, como ha subrayado Rosa Díez, «alardea de llevar criminales en su candidaturas electorales, hasta el extremo de añadir sus alias a sus nombres, para que no quede duda de que el partido socio de Sánchez solicita el voto para los asesinos y terroristas que sembraron de sangre y dolor a la sociedad española en su conjunto y a la vasca y navarra en particular». Pudieron hacerlo de otro modo. Pero, ya lo habrá aprendido Sánchez, en lo sucesivo ni siquiera para él los de Bildu serán de fiar.

Se mire como se mire, era obvio que la bomba lapa, adosada a los bajos de la campaña del PSOE, había estallado. Siguieron dos días de cobardía, de indignidad, de silencio cómplice, sin dar la cara. Sánchez y su gobierno, sus pactos vergonzosos, que nunca iba a firmar, aparecen expuestos a la luz pública. Se han despejado las posibles dudas, que pudieran abrigar algunos acerca de la catadura moral de Bildu, socio preferente de Sánchez, con quien, por supuesto, no iba a pactar. Nadie en el partido decía nada. Se impuso la sumisión genuflexa. El destrozo había sido considerable. Bildu se había convertido en factor central, aunque rupturista y destructor, de la campaña para el sanchismo. El momento, por tanto, era crucial.

Fueron necesarias cuarenta y ocho horas para que el propio Sánchez, desde Washington, tuviera que reconocer con la boca pequeña (Ana Martín) la realidad: «Hay cosas que pueden ser legales, pero no decentes». Lo típico de la izquierda: saca a relucir su no probada superioridad moral: confundir entre lo legal y lo moral. Eso sí, es la izquierda la que decide, dogmática y sectariamente, lo que es legal y lo que no, en base a su exclusiva escala de valores. Eso sí, sin consideración alguna para otros valores, vigentes incluso en amplios sectores de la izquierda no sanchista, conformadores de la sociedad española, abiertamente pluralista.

En estos días de desolación y frustración, de compromiso con la democracia y con España, y de apoyo a las muchas víctimas del terrorismo, era razonable, y hasta necesario, que por estas Islas se hubiese escuchado el eco de la voz indignada de nuestra presidenta Armengol. La inmensa mayoría de los ciudadanos de esta comunidad, más allá de sus opciones políticas concretas, sentimos indignación por tales indecencias. Nos sentimos ofendidos cuando nuestros lideres políticos son tan mezquinos e incapaces de hacer valer en la acción de gobierno un mínimo de respeto a una cierta moralidad pública. Lo hemos visto muy a las claras con el tan vergonzante episodio de las listas electorales de Bildu.

Nuestra presidenta, sin embargo, se desentendió -actitud habitual- de la indecencia protagonizada por su partido y permaneció, como era esperable, obediente, sumisa, genuflexa, silenciosa. No tuvo lo que hay que tener: coraje, sentido de la dignidad, respeto a las víctimas y, en especial, a las del atentado del 30 de julio de 2009 frente al cuartel de la Guardia Civil en Palmanova. Prefirió esconder la cabeza debajo del ala y que pasara la tormenta. ¿No se sienten indignados, votantes y apoyos del sanchismo, por tanta indecencia como ha reconocido y exhibido el propio Sánchez? ¿Cuánta indecencia son capaces de soportar sus tragaderas? ¿Con qué cara reprocharon encuentros privados entre personas del PP, por muy condenadas que hubiesen sido, si ahora, Sra. Cladera y compañía, callan ante la indecencia protagonizada por Bildu en las listas electorales? ¿Qué entenderán por coherencia y moralidad pública en el PSOE?

«Si lo de Bildu, ha recordado Feijóo, no es decente, tampoco lo es que pacte con ellos. Garantice hoy que su pacto con Bildu se acabó. No se puede soplar y sorber a la vez, o rompe con Bildu o con la decencia». Ya conocen la respuesta. Señores de la izquierda indignados atrévanse a no disimular. Sánchez no romperá con Bildu. Lo ha hecho ya con la decencia.

No puedo por menos de recordar unas reflexiones muy pertinentes de una gran mujer de izquierdas y que tanto tiempo militó en el PSOE, Rosa Díez: «Sepan todos los españoles que en los lugares en los que Bildu no se presenta pueden votar al PSOE para garantizar que la indecencia que esas candidaturas representan progrese en toda España». Perfectamente claro. Votar en Baleares -y en cualquier comunidad autónoma- a las listas del PSOE significa potenciar la indecencia por toda España.

No basta, en consecuencia, con indignarse. Hay que pronunciarse con contundencia: «No se pueden lamentar los estragos del Gobierno para, después, insuflarle oxígeno por quedarse en casa sin ejercer el derecho democrático al voto. Que en circunstancias como las que padece España, ha de ser asumido como una obligación cívica insoslayable» (Ibidem).

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