India y Pakistán, ¿al borde de una guerra?

Los europeos están obsesionados por la guerra de Ucrania, lo que es lógico, porque sucede en sus fronteras orientales, pero impropio de quienes pretenden ser para el resto del mundo un modelo de bienestar, humanitarismo y descarbonización. Europa, a pesar de los acuchilladores musulmanes y de los bombardeos rusos sobre Kíev, es un continente pacífico. Sin embargo, al este y al sur del continente rugen otras guerras.
En Asia, el mayor continente de la Tierra, podemos enumerar las siguientes crisis: la guerra de Gaza entre Israel y los palestinos; la guerras civiles en Siria y Yemen (ésta última con efectos en el tráfico naval por el mar Rojo); la expulsión de la población armenia de Nagorno Karabaj por los azeríes; la inestabilidad en Irán y el golfo Pérsico; los planes de armamento nuclear de Corea del Norte con su deseo de absorber Corea del Sur; las disputas de China con sus vecinos, como Taiwán y Filipinas; y la persecución a musulmanes por la junta militar socialista birmana. A esta lista quizás debamos añadir una nueva, y, además, entre dos potencias nucleares.
El martes 22, un grupo de terroristas musulmanes pakistaníes asesinaron en un centro turístico de Cachemira a 26 turistas, de los que todos salvo uno eran ciudadanos indios. Desde entonces, la discordia entre India y Pakistán no ha parado de crecer, con la suspensión de todos los visados que cada Gobierno había concedido a nacionales del otro país y deportaciones; la movilización militar (India ha desplazado el portaaviones Vikrant a las costas pakistaníes); y hasta la suspensión por parte de Nueva Delhi del Tratado de las Aguas del Indo, río de más de 3.000 kilómetros de largo que, aunque nace en el Tíbet, bajo soberanía china, y su curso superior atraviesa India, es el más importante de Pakistán.
El ministro de Defensa de Pakistán, Khawaja Asif, ha advertido de que el riesgo de una nueva guerra es real y ha pedido a Rusia, China y Occidente que intervengan para investigar a los verdaderos autores del atentado. Irán se ha ofrecido como mediador, porque no quiere otro incendio en sus cercanías, cuando en Israel y Estados Unidos hay voces que, desde el enorme atentado cometido por Hamás en octubre de 2023, piden que se derroque el régimen islámico mediante la fuerza y hasta una invasión si fuera necesario.
El Gobierno de Islamabad tiene en contra de sus proclamas de inocencia sus antecedentes. Su servicio de inteligencia, el ISI, con más de 10.000 miembros, ha estado implicado en la protección de los talibanes afganos y de Osama bin Laden; en atentados como el asesinato de once ingenieros franceses en Karachi en 2002 por unos sobornos no abonados por París en la compra de unos submarinos y, también; en el entrenamiento y armamento de terroristas contra sus vecinos, como ha ocurrido otras veces en Cachemira y, en 2008, en Mumbai, donde Muyahidines del Decán asesinaron a casi 200 personas (este atentado sorprendió a Esperanza Aguirre como presidenta de la Comunidad de Madrid y a su séquito).
India y Pakistán suman casi 1.700 millones de personas, un 20% de la población mundial. El primero ya es el país más poblado del mundo y acoge a casi 150 millones de musulmanes y 25 millones de cristianos. En agosto de 1947, los británicos concedieron la independencia a su dominio de India, que se escindió en India y Pakistán, del que a su vez se separó Bangladés en 1971.
Pakistán se definió en su nacimiento como república islámica y tiene leyes severas que discriminan a los hindúes y los cristianos. En la India, la religión, secundaria respecto al nacionalismo socializante de las primeras décadas, está recobrando importancia. Narendra Modi, que es primer ministro desde 2014, encabeza el partido nacionalista hindú Bharatiya Janata, cuyo programa menosprecia a los creyentes de religiones ajenas al hinduismo, que practica en torno a un 70% de la población.
Con sólo ochenta años de independencia, India y Pakistán se han enfrentado en varias guerras: 1947, 1965 y 1971. En la guerra civil en Sri Lanka, los pakistaníes apoyaron al Gobierno, no tanto por simpatía con la etnia cingalesa, sino para poner pie en una isla que India considera parte de su esfera de influencia.
La principal disputa que mantienen, nacida con la independencia, es Cachemira, una región de unos 220.000 kilómetros cuadrados habitada por trece millones de personas, al norte de ambos países y limítrofe con China. Se trata del mayor conflicto territorial en el mundo, del que depende el control de sistemas fluviales fundamentales para los dos países. En la llamada Línea de Control que separa las posiciones militares de ambas repúblicas hay desplegados cientos de miles de soldados con vigilancia tecnológica y área, lo que se ha convertido en una acusación contra Pakistán.
Durante la Guerra Fría, India, a pesar de impulsar el movimiento de los no alineados, basculó hacia la URSS, hasta el punto de comprarle carros y cazas. Ahora pertenece al grupo de los BRICS, junto a China y Rusia, aunque Estados Unidos se ha convertido en su mayor inversor extranjero.
Pakistán se vinculó con Estados Unidos desde su nacimiento y participó en los pactos del CENTO y la SEATO dirigidos a impedir que la URSS obtuviera puertos en el océano Índico. Los Gobiernos de Islamabad prestaron su territorio, primero, para entrenar a los muyaidines que combatieron a los soviéticos en Afganistán en los años 80 y, luego, para la Operación Libertad Duradera, la invasión del destrozado país, en 2001. A pesar de los vínculos innegables de las instituciones militares paquistaníes con los islamistas y de la cruel persecución a las minorías, Estados Unidos es su segundo suministrador de tecnología y equipos militares después de China.
El enfrentamiento entre ambos países se ha trasladado fuera de Asia. En Londres, la antigua metrópoli, donde el alcalde es un político socialista de origen pakistaní y la población nativa blanca es cada vez menor, ya ha habido una manifestación de indios delante de la embajada de Pakistán con banderas de Israel, pues ambos países sufren el terrorismo islámico. Las consecuencias de un conflicto en los valles del Himalaya pueden alcanzar el Mediterráneo y extenderse hasta el Támesis.