El Gobierno de Sánchez: el peor de nuestra historia

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El Gobierno del presidente Sánchez se está ganando a pulso el ser recordado como el peor Gobierno de nuestra historia. De largo ya es el peor del actual régimen constitucional -y eso que Zapatero lo había puesto difícil-, que sus socios de Gobierno quieren demoler, pues no hay más que ver sus ataques a la Corona, pero también se ha convertido en el peor de los últimos cien años -el de Negrín en la Guerra fue terrible, pero era un Gobierno que representaba sólo a media España al estar en conflicto, desgraciadamente, nuestra nación-, y es complicado encontrar un consejo de ministros peor que éste a lo largo del siglo XIX.

En diversas ocasiones -demasiadas-, hemos tenido malos gobernantes, pero que reuniesen a la vez en un gabinete a tantas personas con tan poca preparación, gran incompetencia, tendencia al autoritarismo, deslealtad con los juramentos realizados ante el Jefe del Estado, grandes dosis de soberbia, preocupación únicamente por la imagen e incluso, anexo a él, una figura de moderno valido en forma de jefe de gabinete de la presidencia, todo junto, no lo hemos tenido nunca. Es cierto que no todos reúnen tales defectos, pero sí que todos esos defectos están presentes actualmente de manera abundante en el banco azul. Y esos defectos dejan ver sus efectos en toda la gestión que realizan.

Es un Gobierno preparado para la propaganda, pero no para la gestión, y así nos va. Sólo saben culpar a otros de sus errores: si por su poca previsión se colapsa la sanidad, es culpa del PP, que la descuidó -cuando construyó un hospital por año entre 2003 y 2015 en Madrid. Si los test y las mascarillas son defectuosos, es que les pasa a todos los países, según Illa. Si el contagio no se detiene es que los ciudadanos no cumplen el encierro. Si la oposición no bendice sus ideas ruinosas, es que no es leal. Y si el hundimiento económico es especialmente acelerado en España, es que Europa no pone de su parte.

Este Gobierno es un Ejecutivo que genera vergüenza, por su forma de actuar con los fallecidos -como si fuesen números en lugar de personas, sin dejar que sean despedidos por sus familiares y sin decretar el luto nacional por su memoria-; por anteponer el dogmatismo, para dejar que se celebrase una manifestación, a las medidas preventivas que se pudieron adoptar semanas antes para evitar la dureza de medidas posteriores; y por intentar establecer en los españoles una especie de pensamiento único, cuyo deslizamiento hacia tentaciones de censura tiene un pequeñísimo trecho.

Es un Gobierno incompetente, pues no sólo fue incapaz de ser previsor frente al virus con medidas preventivas -o retrasó dichas medidas por los motivos políticos antes comentados-, sino que no se provisionó en los mercados del material sanitario necesario para poder proteger al personal de sanidad, sin haber comprado a tiempo ni mascarillas, donde también se produjo el esperpento de las contradicciones en cuanto a la necesidad o no de su uso, y sin efectuar test masivos a la población, cuando es la única medida que haría eficiente una cuarentena. De qué sirve que nos suspendan muchas de nuestras libertades, como la de libre circulación o la de libertad de apertura empresarial en muchos sectores, si no se realizan test para poder dejar en cuarentena sólo a quienes estén infectados, dándoles tratamiento si lo precisan, y permitir que el resto vuelva a trabajar para levantar nuestra nación.

Y es un Gobierno ruinoso, pues nos lleva a la ruina con sus medidas equivocadas; con su cierre productivo por decreto por no haber sido previsor; con su liquidez insuficiente anunciada que circula a velocidad de tortuga mientras muchas empresas se quedan por el camino y se pierden cientos de miles, si no, millones, de puestos de trabajo; con su ausencia de calendario para una reapertura económica, único caso en Europa; con su propuesta delirante, a través de la ministra de Trabajo, para que los restaurantes, el turismo, hoteles y ocio no reabran hasta diciembre, que supondría la hecatombe, pudiendo hacer retroceder la economía casi un 18%, y añadir 5,6 millones de desempleos más a los actuales.

Tenemos una doble crisis generada por el coronavirus, la sanitaria y la económica. La gestión del Gobierno en la crisis sanitaria habla por sí misma: el país con más fallecidos por millón de habitantes, sin realizar test y sin un plan para abordar la erradicación del virus en nuestro país o, al menos, disminuir estructuralmente los contagios. Parece que su único plan es esperar a que el virus desaparezca por sí mismo, sin más, lo cual es desastroso. La económica habla también por las previsiones que conocemos: una de las mayores caídas y de las menores recuperaciones previstas, donde no se centran en las medidas necesarias para sostener el tejido productivo y reabrir la economía, sino que la perjudican más con decisiones como la de la prohibición de despedir.

Se requiere gestión, no propaganda. No podemos seguir así, con un Gobierno desarbolado, enfrentado y desnortado: el peor Gobierno con la peor crisis, como decía hace unos días. En definitiva, es el peor Gobierno que ha tenido España.

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