El Gobierno regulariza la compra de votos

Decíamos ayer que, en el asunto de la inmigración, el Gobierno vende humanidad donde sólo hay negocio. Que lleguen a las fronteras miles de personas y sean esparcidas por las calles de España o en hoteles pagados por el contribuyente, sin más preocupación que aumentar el número de dependientes del Estado, obedece a una estrategia cuyo fin se observará en los próximos comicios. Porque regularizando a más de medio millón de inmigrantes, como pretende hacer Moncloa por vía de urgencia, se consiguen dos objetivos: incrementar el gasto público y multiplicar la inseguridad ciudadana, ambos caballos de batalla de la oposición, y, por tanto, retórica bélica para un presidente que va sobrado en eso de moverse en el fango y el bulo. Los inmigrantes y su destino le importan una higa, pero si de ellos puede usar su dolor, ahí estará el argumentario presto a dar su penúltimo servicio a la causa socialista.
Porque la riada migratoria que vemos en las calles de España, -quien lo niegue, o vive del problema o le pagan para no verlo- forma parte de ese plan de fronteras abiertas que tanto gusta a Soros, el patrón de Sánchez y a cuyas fundaciones e iniciativas de mar abierto tanto financia el gran timonel de Ferraz. Cuanta más pobreza visual, más delincuencia continuada, con las cárceles de Marruecos vaciándose y las plazas de España recogiendo al hampa magrebí, y más caos social (no) televisado, mejor rentabilizará Sánchez la situación. Porque conoce como nadie a su electorado y sabe qué botón debe pulsar para excitar sus vísceras acríticas.
Aunque el tablero europeo camine ya por otro lado, donde sólo España y Dinamarca resisten con gobiernos de izquierdas -los daneses ya habrían hecho dimitir hasta al bedel de palacio con la mínima parte de escándalos de los vividos aquí- y con el Reino Unido finiquitando el plan de fronteras abiertas, Sánchez continúa en su senda mesiánica como enviado del mal, pope de la resistencia ante el fascismo mundial y aliado de la cochambre más perversa que gobierna el mundo. Entre Argentina y Venezuela, elige Venezuela y su dictadura, entre Israel y Hamás, a los terroristas de Hamás, y entre Estados Unidos y China, prefiere acostarse con la autocracia del lejano oriente.
Si al PSOE no le importan los inmigrantes, aún menos a Sánchez. O quizá sí, pero sólo si le resultan rentables para despistar otra vez a la población y causar una quiebra social irreparable por generaciones, momento en el que su ingenio precocinado hará despertar a la inexistente ultraderecha y atornillarse a una poltrona que cada vez huele más a pucherazo o muerte. Los que vienen huyendo de países con dictaduras socialistas, significan para el autócrata lo mismo que nada. Porque a ellos, no les puede vender las bondades de un sistema ideológico putrefacto que conocen a la perfección. La derecha política en España, que tan mal vende y se vende, debe entender que el eje discursivo de la próxima década girará en torno al problema migratorio y que la legalización de quinientos mil sin papeles es la carta de defunción de cualquier alternativa democrática. No es el futuro de los inmigrantes lo que le importan a Sánchez y a su banda, sino los votos que su necesidad le otorgarán, subsidio en mano. De su llegada y supervivencia dependen décadas de continuidad del régimen. Porque la izquierda caviar que defiende la invasión, vive en barrios de seguridad pagada y lleva a sus hijos a colegios de pago, no sufre las consecuencias que ya notan quienes presencian sus calles convertidas a diario en un festival de delincuencia patrocinada. Haría bien la derecha, allí donde gobierna, en repartir esa inmigración descontrolada, con sus robos, violencia y violaciones, por todos los barrios de los defensores del multiculturalismo delictivo, y bajo las mismas excusas retóricas con las que el gobierno de progreso publicita las bondades de acoger a quienes no tienen intención de integrarse. Igual así, con el problema en sus portales, regularizan mejor el voto de servidumbre que les mantiene como esclavos perpetuos.