Félix Bolaños, el ’sanchito’ preferido

Félix Bolaños

El madrileño Félix Bolaños nació tres días antes de que muriera el dictador Franco. Menudo, ambicioso. Entendió como nadie la llegada de Sánchez al poder y se fajó de inmediato como secretario general de la Presidencia del Gobierno a las órdenes del fatuo Iván Redondo, al que pronto le pegó la puñalada.

Se afilió al PSOE en pleno zapaterismo (2008), no si antes encontrar un nada desdeñoso acomodo profesional en el Banco de España donde, según fuentes del BE, ya demostró cualidades extraordinarias en el arte de la conspiración y de la escalera, esto es, del trepar. Fue el gran hacedor en las labores de exhumación del cadáver de Franco y aquello colmó las expectativas de su jefe. Ahí se ganó su confianza, que no es algo precisamente fácil en un temperamento como el del presidente del Gobierno en funciones.

Como Pedro Sánchez no es muy partidario de que a su alrededor fructifique mucho talento producto del estudio y la lectura, Bolaños pronto se constituyó como un referente y, al final, entre su capacidad y la militancia, se hizo con la llave que da acceso directo a la fuente del poder. Si sus primeros tiempos en Moncloa fueron de oscuridad y ausencia de protagonismo, desde que fue cooptado como ministro de la Presidencia es el perejil de todas las salsas. Dicen los que tratan con él a diario que cuenta además con un salvoconducto que le permite sobrevivir a los vaivanes psicológicos del gran jefe, cosa que no ha ocurrido con otros, llámense Redondo, Ábalos o Carmen Calvo.

Ha sido persona clave en las negociaciones con los independentistas y, desde luego, la lengua más afilada contra Feijóo y compañía. Al menos, no es tan burdo en ese empeño como otros coleguillas de la factoría sanchista y dispara con balas rompedoras. En el fondo, es el auténtico vicepresidente fáctico del Gobierno y el gran controlador del vasto aparato burocrático del mismo. El que manda, vamos.

Tras su exhibición urbi et orbi con Junqueras, 15.000 millones de condonación de la deuda de la Generalitar con el Estado y las Rodalíes. He aquí al pequeño ministro dispuesto a comerse el mundo a sus 47 años.

Quizá alguien debería recordar a Bolaños que si cede a la tentación de levitar es muy posible que cualquier catarro –político, naturalmente– pueda suponer que tenga que volver a pedir el reingreso en el Banco de España. Enemigos internos no le faltan.

La ambición de este hombre de la máxima confianza de Sánchez le ha llevado a uncir su presente y futuro a la etapa más negra desde la Transición, pisoteando todos los logros de lo que fue mundialmente considerado como «milagro español». Cuando caiga Sánchez, ¿qué será del pequeño y ambicioso ministro de la Presidencia?

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