España: el peor Gobierno con la peor crisis
Ya llevamos en España cinco semanas de encierro y la imagen que tenemos de nuestro Gobierno es la de un conjunto descoordinado; sin conocimientos suficientes para afrontar la situación; sin saber qué pasos hay que dar para solucionar los problemas de la crisis del coronavirus en sus dos vertientes, sanitaria y económica; sin capacitación para poder aprovisionarse de los test necesarios para poder identificar a los contagiados y frenar, así, realmente, las posibilidades de contagio y reactivar la economía; y con un socio que es el que parece tener un plan “aprovechando” esta crisis, según la propia cuenta de Twitter de Podemos a cuenta de la prohibición de despedir, pero parece que aplicable a todo lo demás, pues pretende imponer una política económica comunista.
Cinco semanas de encierro que no están sirviendo para mucho, salvo para evitar el colapso de la sanidad en el corto plazo, colapso que se estaba produciendo porque el Gobierno no fue previsor en medidas tempranas, que habrían evitado la necesidad de tomar medidas tan duras, o, al menos, habrían permitido mantenerlas menos tiempo y haber comenzado ya la reapertura económica. Fedea ha publicado un informe en el que dice que si las medidas se hubiesen tomado antes de la manifestación del ocho de marzo, el número de contagiados se habría reducido un 62,3% sobre la cifra del cuatro de abril, pero podemos considerar que dicho porcentaje es perfectamente aplicable a la actual de 16 de abril (pues al no haber adoptado medidas antes no se ha producido una reducción porcentual, ni mucho menos), donde no encontramos con 188.068 infectados comunicados y 19.478 fallecidos (que sepamos). Eso supone una tasa de mortalidad sobre los infectados del 10,36%. Por tanto, podemos hacer unos cálculos con esos datos del informe de Fedea: si los infectados se hubiesen reducido un 62,3% serían 70.902 (sobre la cifra del 16 de abril), que manteniendo la misma tasa de mortalidad sobre infectados haría que los fallecidos fuesen 7.345, es decir, 12.133 menos que los que hay actualmente.
Paralelamente, el encierro se mantiene, y parece que lo prolongará el Gobierno, pero de nada servirá si no se realizan test masivos que permitan identificar a las personas contagiadas para que puedan pasar la cuarentena y ser tratados, y que los no infectados puedan volver a relanzar la actividad económica habitual, con precauciones, pero habitual, de manera que no se hundiría tanto la economía y se recuperaría antes y con más fuerza.
Eso marca la diferencia entre Alemania y España: la locomotora de Europa tomó medidas antes, y, sobre todo, hizo que el sacrificio personal y económico fuese útil, al realizar test masivos a su población, que hicieron que las restricciones fuesen provechosas, pues ha contenido el brote, como acaban de manifestar sus autoridades, y siendo un país con 83 millones de personas frente a los 47 millones de España, tienen 130.000 infectados frente a los 188.000 de España, y, lo más importante, 3.910 fallecidos frente a los casi 20.000 de España, prestándose a reabrir su economía, especialmente en la parte de pequeños comerciantes, así como los centros educativos.
Aquí, por el contrario, se jacta el ministro de Sanidad de que no tienen claro todavía qué tienen que hacer, son incapaces de proveer de test a la población y mantienen encerrados a los ciudadanos sin un rumbo fijo ni horizonte claros que contemplar, mientras la economía se daña cada día mucho más, al tiempo que distraen recursos necesarios para la liquidez con su pretensión de implantar una renta mínima para, al menos, un millón de personas, en lugar de concentrarse en dotar de liquidez ilimitada a las empresas y condonar los impuestos y cuotas de la Seguridad Social del período de restricciones para que se pueda salvar el tejido productivo y, con ello, millones de puestos de trabajo.
Son una calamidad. Todo lo han hecho mal y cada vez parece que lo hacen peor, tanto en la parte sanitaria como económica, por mucho que el CIS diga otras cosas. Tenemos el peor Gobierno en la peor crisis: un horizonte nada halagüeño.