Discursos artísticos

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No descubro nada nuevo si afirmo que el viejo sistema del arte se basaba en la idea de mímesis de la naturaleza, en la búsqueda de una belleza armónica, solicitada y subvencionada por las élites sociales. Con los cambios que la industrialización permitió, esta búsqueda de belleza basada en la objetividad, que tantos siglos tuvo de permanencia, fue sustituyéndose por la creciente supremacía de la subjetividad del artista.

La anhelada libertad, en cuestiones artísticas, también tuvo una desbordante repercusión. Al ser ahora el propio artista el que decidía lo que era «arte», el desbarajuste que rodeó al término fue monumental, accediendo a ese privilegio que conllevaba la condición de artista una cantidad ingente de farsantes y personajillos faranduleros, sedientos de fama como vía rápida para conseguir una vida fácil.

Esto sucedió fundamentalmente en la pintura, que era el soporte que más interés ha despertado en las últimas décadas. Si cualquiera que se atreviera a manchar un lienzo y tuviera la capacidad de hacer creer que eso que hacía era arte ascendía a la esfera celestial de los artistas, no pasaba menos con otras disciplinas creativas. Escultura, performance, ¿y por qué no también la moda?

El hombre ha empleado diferentes soportes y técnicas a lo largo de la historia para expresarse, pero eran meros medios de expresión, sin tener que ser en sí expresión artística. En otras palabras, cualquier persona puede pintar un cuadro y autodenominarse pintor, pero eso no significa que lo que haga sea arte, ni que sea un artista; exactamente igual podría aplicarse al diseñador de moda.

Cortar y coser una tela no está al alcance de cualquiera, yo misma veo que es una actividad difícil, que se escapa de mis habilidades; sin embargo, hay muchas personas que pueden idear diseños y luego realizarlos, de manera que podrían autodenominarse diseñadores, pero en ningún caso se puede entender que eso sea arte, ni siquiera artesanía.

En el caso de la pintura contemporánea abstracta, que es quizás la más difícil de juzgar, las piezas y, por tanto, su creador, deben estar imbuidos de pretensiones espirituales, resonancias interiores, vibraciones interiores o exteriores, que pueden estar en parte sujetas al azar o a la subversión, pero debe subyacer siempre una pulsión transgresora, una intención que esté desprovista de lo meramente decorativo. Valga este análisis igualmente para el discurso de la moda.

Bajo mi criterio, y es el que defiendo en mi último ensayo (El juego de la moda, Ediciones Carena, Barcelona, 2024), no es suficiente tratar de embellecer a la mujer, eso es mera superficie, que además puede ser hasta subjetiva. Debe haber un discurso coherente, una trayectoria que demuestra una ideología sólida, aunque sea tormentosa, que esté pegada íntimamente a la esencia del diseñador y que se vaya desarrollando a lo largo de su trayectoria.

El juego de la moda, Ediciones Carena, Barcelona, 2024
El juego de la moda, Ediciones Carena, Barcelona, 2024

Lo ideal es que esa trayectoria sea ascendente, y que cada vez perfeccione más tanto el contenido de su discurso como la forma física que utilice para proyectarlo. Con esta premisa como censura, la inmensa mayoría de los diseñadores de moda quedarían desterrados del mundo de la artisticidad. En otras palabras, más sintéticas: un agradable y bien manchado cuadro decorativo es análogo a una confección que siente bien y embellezca a un ser humano. ¿Es arte? No.

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