La degradación del procés

El otro día pude ver, con mis propios ojos, el fin del procés. O, mejor dicho, la degradación del mismo.
Los jóvenes de S’ha Acabat nos invitaron a tres periodistas catalanes -Albert Soler, Sergio Fidalgo y un servidor- a dar una charla en la Universidad Pompeu Fabra sobre la libertad de expresión en Cataluña.
Aprovechando, entre otras cosas, que el presidente del Parlamento catalán, Josep Rull, me tiene vetado desde hace casi trescientos días. Bueno, empezó vetándome el jefe de prensa, Josep Escuder. Pero él no se ha atrevido ni siquiera a enmendarle la plana. Y eso que le conozco desde hace más de treinta años.
Me voy a ahorrar, por el momento, los whatsapps que me mandaba antes del veto en cuestión. Cinco días después de su elección todavía me llamó desde el aeropuerto. Iba a ver a Puigdemont. En fin, lo tengo en el TSJC. No se fíen nunca de un indepe.
La verdad es que tuvimos comité de bienvenida. Estudiantes (sic) con una pancarta en la que se podía leer «Fuera fascistas de la Universidad» y un par de esteladas. De ésas con la estrella roja y el triángulo amarillo. La de izquierdas.
Gritaban los lemas habituales: «Ni un paso atrás». Como el citado Puigdemont, que salió corriendo hasta llegar a Waterloo en cuanto se promulgó el 155.
Creo que fue Gonzalo de Oro, el alcaldable de Vox por Barcelona, que los definió como cuatro «mataos». También estaban el presidente del PP catalán, Alejandro Fernández; y el alcaldable por Barcelona, Daniel Sirera, entre otros representantes políticos. Agradezco su presencia.
Los del otro lado eran menos de una treintena. Estaban más asustados que nosotros. No iban con pasamontañas. Pero se tapaban la cara con la citada pancarta.
Cuando, en realidad, los atemorizados deberíamos haber sido nosotros. Yo me lo tomé con sentido del humor. Hasta me saqué alguna foto de souvenir. Para poder explicar la batallita a los nietos en un futuro quizás no muy lejano.
Nada que ver, desde luego, con el recibimiento a Iván Espinosa de los Monteros en la Complutense. Invitado en este caso por los de Libertad sin Ira. Claro, Iván es mucho Iván. No hay color.
No obstante, lo que más me llamó la atención es que hasta exhibían una bandera de la URSS. Pese a que no es la primera vez que veo una en alguna protesta independentista.
Nos escandalizaríamos, sin duda, si viéramos una bandera con la esvástica. Mientras que, en cambio, se ha normalizado la enseña con la hoz y el martillo. Se ve como algo romántico.
Cuando, en la historia, creo que si contamos el número de muertos bajo Lenin, Stalin y Mao superan incluso a los de Hitler.
La caída del Muro de Berlín (1989) puso las cosas en su sitio. Porque los alemanes del Este querían salir; no los del Oeste, entrar. El resto de países bajo la esfera soviética fueron desmoronándose como un castillo de naipes.
Basta recordar Berlín en 1953, Hungría en el 56, Checoslovaquia en el 68 o Polonia en el 80. ¿Dónde estaban entonces los intelectuales y medios de comunicación occidentales? Pues en muchos casos mirando solo hacia la Guerra del Vietnam o el golpe de Estado de Pinochet.
Desde luego, yo no voy a eximir de responsabilidad a Estados Unidos. Sin embargo, estuve en Berlín Este a finales de los 80, todavía con la Guerra Fría, y créanme que eso no era el paraíso terrenal.
Bueno, pues estudiantes de la Pompeu -la universidad de élite del pujolismo-, probablemente hijos de papá que no han trabajado todavía en su vida, se manifestaban con una bandera roja. En la URSS, por manifestarse, habrían acabado en el gulag.