Zapatero, ‘la reina madre’


España ya no se gobierna desde Moncloa, sino desde una retícula invisible de intereses, consultoras y favores antiguos. Y en el centro de esa tela de araña, fumando en la penumbra como en un cuento oriental, se asoma la silueta de José Luis Rodríguez Zapatero: la reina madre, como le ha bautizado el PP. El último contrato del Gobierno con Huawei, por 12,3 millones de euros, no es sólo una adjudicación más. Es una rendija por la que se asoma el hedor de un sistema viciado, donde las puertas giratorias giran ya sin disimulo y el poder se hereda por fidelidad, no por méritos.
El Partido Popular ha puesto nombre y apellidos al escándalo: Antonio Hernando, exconsultor de Acento, la firma de José Blanco —íntimo de Zapatero— que representó a Huawei en España. Él, Hernando, junto a su mujer, llevaron la cuenta de la empresa china. Hoy, él ocupa un alto cargo en el Gobierno y ella un puesto estratégico en Ferraz. Decía Nietzsche que —el poder no corrompe, desenmascara—. Y aquí el poder ha desnudado algo peor que la corrupción: la continuidad de un sistema que no distingue ya entre lo público y lo privado, entre el Estado y sus amigos.
Zapatero aparece y desaparece. Como en las tragedias griegas, su papel es el de un dios fuera de escena. Siempre sonriente, siempre hablando de paz, de Venezuela o de la China que tanto le fascina. Mientras Sánchez tropieza, Zapatero fluye. Es el agua turbia bajo el puente. El perejil de todas las salsas, dicen algunos. Y es que, Zapatero es el nuevo cortesano que ha aprendido a vivir de los reinos que ya no gobierna, pero aún controla.
¿Y Huawei? Ahí está el detalle: hablamos de tecnología crítica, de datos sensibles, de escuchas judiciales. No es una concesión banal. Es seguridad nacional en manos de una empresa que responde a intereses ajenos. Confucio, que tan bien calzaría en esta historia, advirtió: —Quien no anticipa el peligro, será devorado por él—. ¿Anticipa algo este Gobierno? ¿O simplemente obedece a las deudas del pasado?
Que Zapatero presuntamente mueva hilos de Estado revela una patología política: el socialismo institucionalizado como red clientelar, una especie de corte decadente donde los viejos reyes aún influyen en la elección del bufón. Si Felipe González era el emperador romano de los primeros fastos, Zapatero es ya el cardenal Richelieu de los pasillos, el que no sale en la foto, pero firma las indulgencias.
Y no se trata sólo de Zapatero. El problema es estructural. Como decía Spinoza, —El pueblo cree que es libre porque ignora las causas que lo gobiernan—. A eso juega el poder cuando se oculta en consultoras, contratos oscuros y cambios sutiles de lealtades. La política se transforma en arquitectura invisible.
Este contrato con Huawei podría ser sólo uno más. Pero también puede ser la grieta definitiva por la que el relato del Gobierno se deshace. Porque cuando el poder empieza a parecerse demasiado a una familia mafiosa, ya no hace falta que se demuestre nada. Basta con que lo parezca.
Y a estas alturas, parece demasiado.