Contra Trump, más Ayuso y menos Sánchez

Si a Pedro Sánchez, más que presentarse ante el mundo como campeón del antitrumpismo, le preocupara el perjuicio que los aranceles tendrán en los españoles, sus soluciones serían opuestas a la que ha presentado: el pan para hoy y hambre para mañana de más deuda pública. Que paguen los que vengan detrás. Un recurso siempre a mano en el manual del buen socialista.
El arancel funciona como un impuesto. Grava un bien, producto o servicio encareciendo su precio. Y si al arancel sumamos las cargas fiscales que soportan las empresas españolas (un 18% superiores a la media de la UE, según el Instituto de Estudios Económicos) y añadimos el exceso de regulación (el Banco de España ha computado más de 200.000 normas en los 13 sectores punteros de nuestra economía), los costes, y por tanto el precio, se disparan.
El muro arancelario de Trump es una oportunidad para mejorar la competitividad de nuestra economía y fortalecerla frente a las barreras proteccionistas. ¿Cómo? Hay un modelo de éxito en España: el de la Comunidad de Madrid. Liberalización económica, impuestos bajos, combate al exceso de regulación, reducción de la burocracia desincentivadora, fomento de la innovación y facilidades para la inversión. Lo implantó Esperanza Aguirre con tres mayorías absolutas consecutivas y Díaz Ayuso no sólo ha perseverado en él, sino que le ha añadido dimensión social con «esa forma de ver la vida libre, alegre y valiente» que ha acuñado.
Las políticas liberales han transformado un territorio que en los primeros años de la democracia era feudo inexpugnable del PSOE y el PCE. Madrid no crece ni crecerá. Fue la tesis del primer Plan General de Urbanismo de Madrid, redactado por Eduardo Mangada, un comunista convencido de que la crisis de los 70 era el principio del fin del capitalismo.
Ni lo uno ni lo otro. Madrid no volvió al soviet de la II República y tanto la capital como la región crecieron hasta convertirse en el motor de la economía española. El Madrid de Ayuso lleva siete años consecutivos superando a Cataluña como la región que más aporta al PIB nacional (la brecha de renta entre madrileños y catalanes alcanza ya los 6.873 euros) y es la única de España y la única del sur de Europa entre las 50 regiones de la UE con mayor PIB per cápita.
Madrid baja impuestos (114 reducciones en los últimos 20 años por valor de 75.000 millones) y a la vez aumenta la recaudación, sin que la curva de Laffer que tanto irrita a la izquierda le impida cumplir con su obligación de solidaridad nacional: cede el 25% de sus ingresos fiscales para financiar los servicios públicos de las comunidades más necesitadas, lo que supone un esfuerzo 3,5 veces superior al de Cataluña.
Un dato más: el Gobierno de Ayuso ha renunciado a los 15 impuestos propios que las comunidades tienen a su alcance. Cataluña los cobra todos. A lo mejor eso ayuda a explicar que Madrid concluya cada año con récord de creación de empresas (74 al día en 2024) y lidere el ranking de competitividad que elabora anualmente el Consejo General de Economistas. Es primera en la categoría de «entorno económico», de «mercado de trabajo» y de «infraestructuras básicas». Y segunda en el «entorno institucional», «eficiencia empresarial» e «innovación».
Que Sánchez entienda que para fortalecer las empresas españolas frente a los aranceles de Trump primero hay que liberarlas de los aranceles del socialismo es más difícil que el que Tebas reconozca que su Liga truchera es una competición adulterada, por permitirle al Barça jugar con trampas financieras. La visión de la economía de nuestro cum laude de copia-pega ya fue caricaturizada en su día por Reagan, con el humor que el gran presidente norteamericano imprimía en sus críticas a los gobiernos intervencionistas: «Si se mueve, póngasele un impuesto. Si se sigue moviendo, regúlese; y si no se mueve más, otórguesele un subsidio».