Charocracia contra las mujeres

8M

Finalizado el aquelarre anual de odio y cinismo de las feministas de cuota, toca volver a la realidad que les perturba y molesta: los violadores siguen en las calles por sus leyes progresistas, los acosadores abandonan en diferido Podemos y Sumar sin que nadie les tosa más allá de una denuncia y un quejío mediático, y los puteros y consumidores de vicios inmorales con dinero público continúan pululando por el PSOE, aunque ahora el castigo sea pasarse al grupo mixto en el Congreso, como pena coyuntural antes de volver a dar lecciones en defensa de las mujeres. No hay peor enemigo hoy para las féminas que la izquierda que dice defenderlas, pero las pone en la diana de sus peores pesadillas.

Se constata que el ochoeme es la fiesta anual de liberadas ministeriales, que justifican su sueldo entre pancartas, megáfonos y hembrismo cabrío, mientras silencian a los culpables que las acompañaban el año pasado y que en esta edición no salen en la foto por tocamientos indebidos y acosos manufacturados. Qué dirían las verdaderas luchadoras de antaño, cuando la conquista de los derechos venía del esfuerzo y la constancia y no del sexo (la condición de ser mujer) y la pericia en las relaciones públicas. El día de su fiesta hipócrita es una fecha a eliminar mientras sigan bajo palio de indignadas de partido y carné militante. Cuanto antes se elimine el gasto público que justifica que parasiten de la tragedia, mejor, y entonces nos podremos dedicar a las denuncias correctas, a proteger a las víctimas reales y a olvidar el paso por la política de las charocracia consentida y subvencionada. No hay peor forma de escenificar la injusticia que formando parte de ella.

Vivimos en esa nueva política que trae la izquierda desde que Laclau entendió que con la lucha de clases no se conquistaba el poder como antes, y, por ende, el enfrentamiento social pasa a representar la obsesión de todo zurdo con aspiraciones. Hombres contra mujeres, homosexuales contra heterosexuales, negros contra blancos o indígenas contra los que viven en la metrópolis, constituye la nueva industria política e ideológica que factura según el número de victimizados sentimentales que consideren opresión lo que es discrepancia y abuso lo que representa deseo. En la alteración semántica ese encuentra el origen de su predominio institucional, mediático y social. Y para evidenciarlo, necesitan cada año un día de asuntos propios pagado por todos.

Pero este feminismo ya no representa a nadie, si es que alguna vez lo hizo. El jugo de interés que le queda se lo siguen sacando quienes inhalan ese odio y violencia que representan sus portadoras y los pagafantas que repiten sus postulados con objetivos contrarios a los de sus proclamas. Mientras, las calles se llenan de hombres que consideran a la mujer un objeto sin derechos, masas de hombretones desatados importadas por el mismo gobierno que se autoproclama feminista. En sus desquiciadas mentes totalitarias, nos dan la turra con el tambor y cuestionan el patriarcado eclesial mientras claman bienvenidas a la sharía que tapa rostros, denuncian el machismo opresor los del partido que sólo han tenido hombres al mando y les parece bien que las calles griten ¡allahu akbar! porque el velo islámico es progreso. En esa impostura en que la izquierda sobrevive, las zurdas feminófobas constituyen el principal peligro para las mujeres. El ochoeme ya es el ochomeme, de memos y memas. Ayer fue Ábalos grabando vídeos de feminismo ilustrado. Hoy es Errejón penando sus contradicciones cabalgadas a lomos de eslóganes baratos. Y mañana serán los monederos y puentes los que darán el pregón mujeriego mientras siguen trincando del Estado, cuando las mujeres de verdad hace tiempo que se ganan las lentejas por sí mismas.

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