La banda del lupanar

La banda del lupanar

El Congreso ya no es la casa de la palabra. Al menos, tal y como la entendíamos antes, cuando se subían a la tribuna oradores con principios y léxico. Si acaso, ha devenido en la casa de la palabra prostituida, por el número de señorías que pasan más tiempo alternando en prostíbulos y saunas que en su escaño. Incluso hay quienes se dedican, orgullosos, al execrable oficio del proxenetismo político, beneficiarios de una alcahuetería que ejercen otros, en este caso, como vendedores de la nación y sus instituciones, de la libertad y sus ventajas, de la democracia y sus contrapesos. Pero en ese aquelarre arrabalero, en el que la izquierda putea hasta el lenguaje, hemos asistido en esta semana al destete discursivo de Núñez Feijóo, que ha hecho su mejor intervención parlamentaria desde que asumió los mandos del Partido Popular. Del congreso interno al Congreso de todos los españoles sin solución de continuidad, hilvanó dos discursos en apenas tres días que le confieren una nueva impronta como líder de la oposición.

Sin el marchamo socialdemócrata con el que suele contentar a quienes le dicen que aspire a seducir al votante cansado del PSOE, entelequia viviente en reductos conocidos de Génova, Alberto se presentó como una mezcla de Cánovas y Maura en su versión gallega, con la retranca de Rajoy y la mordacidad de Ayuso, pero sin el habitual cinturón progre que rodeaba sus intervenciones. Bien es cierto que aún sigue tonteando con Junts y PNV cuando debería rodearles del mismo cordón sanitario que a Bildu, porque representan el mismo golpismo que este, aunque recogen las nueces de distinta manera. La alternativa se dibuja ya inmisericorde en el horizonte en forma de reforma profunda, necesaria para limpiar la cochambre moral y política que ha supuesto el sanchismo zapateril de estos años ominosos.

La derecha sociológica y militante y quienes deseamos una España radicalmente diferente a la que tiene el delito como sello político de fábrica, llevábamos tiempo esperando a que Feijóo diera el discurso que noquee al sanchismo hasta el final de legislatura. Anunciar al mundo que tenemos un presidente del gobierno que se lucra con la prostitución y que vive de las rentas que las saunas y los prostíbulos dejaron en su familia, era la intervención que la ciudadanía castigada por el autócrata liberticida clamaba por escuchar. Como si estuvieran sincronizados en la estrategia, aunque sigan mirándose de reojo, porque cada uno quiere gobernar en solitario, Abascal no fue esta vez el que más atizó a la banda del lupanar, y trufó su presencia en el escaño con ausencia de foco, en un exceso performativo que le hizo perder predominio político, un escenario que en esta ocasión ocupó Feijóo. Ambos retrataron como nunca el proxenetismo político de quienes venían a defender a las mujeres y luchar por su igualdad y lo único que han acabado defendiendo es su bragueta en despachos cerrados de naftalina y socialismo.

Por ahí perderá el PSOE a parte del rebaño que le acompaña sin rechistar, que baja la cabeza con cada humillación y acepta ser golpeado en su mentalidad borreguil. Todo mientras no gobierne la derecha. Son tan demócratas en la izquierda sociológica y política que no tienen problema en reconocer que están ahí para impedir que gobierne el otro, como asumió Yolanda Díaz, que, con el alma de su difunto padre todavía caliente, se atrevió a usarla para hacer su habitual politiqueo de vísceras. Usar a los muertos para seguir viviendo de muerte es lo que llevan haciendo los comunistas toda la vida.

Pero ya no hay sauna ni prostíbulo que impida la venida de una alternativa que sanee la cochiquera en la que el PSOE ha convertido a España, como hace siempre cuando gobierna. Lo triste es que, en ese final precipitado, que alargará en el tiempo mientras se suceden los delitos, Sánchez acabe cayendo como Al Capone, no por lo que ha hecho (eligiendo o vigilando) sino por el puterío del que ha vivido. Al menos, el capo mafioso de Chicago entró con más dignidad en la cárcel.

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