La acertada cautela de la Fed
La Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) ha mantenido la restricción de su política monetaria, como viene haciendo desde hace meses. Tras no reaccionar hasta principios de 2022 -aunque muy por delante del Banco Central Europeo- la Fed intensificó su política monetaria restrictiva, tras corroborar que la inflación no iba a ser un fenómeno ni transitorio ni corto. Tras las primeras subidas, endureció su restricción con tres subidas de 75 puntos básicos, que tenían una intensidad no recordada desde los años noventa, para pasar, después, a subidas de 50 puntos básicos y terminar con aumentos de 25 puntos básicos para, posteriormente, mantener en ese nivel el precio del dinero, que corrobora en esta reunión, situado en la horquilla de entre el 5,25% y el 5,50%, el nivel más alto desde hace más de quince años.
Por tanto, y aunque la inflación ha mitigado su incremento, no termina de ceder hacia el objetivo de precios y la economía no termina de enfriarse. Por ello, y tal y como ya advirtió hace semanas Jerome Powell, la Fed no va a cesar en su lucha contra la inflación, pese a que en el mercado se especulaba con un cambio de política monetaria.
La inflación en Estados Unidos sigue siendo preocupante, especialmente su resistencia a bajar hacia el 2%, por mucho que se mitigue por efecto estadístico en los datos interanuales. Aunque la Fed tiene como objetivo principal estimular el crecimiento económico, no puede permitir que se descontrolen los precios, por el problema que supondría especialmente a medio y largo plazo, con pérdida de competitividad de su industria en los mercados y empobrecimiento generalizado de la población, máxime en un contexto económico adverso. De hecho, lucha contra la inflación para poder sostener un crecimiento estructural sano en el medio y largo plazo.
El no cejar ahora en su política monetaria está motivado por el largo retardo interno que existió a la hora de tomar la decisión de subir los tipos de interés, que fue importante, aunque mucho menor, como decía antes, que el del BCE. A su vez, el mayor retardo interno ha podido provocar que el retardo externo sea mayor, al haberse enroscado la inflación más profundamente y tardar más, así, en hacer efecto la nueva política monetaria que, por ello, tiene que ser más intensa y sin posibilidad de pausa.
Por eso, las medidas de política monetaria tienen que ser ahora mucho más drásticas en unos momentos de máxime incertidumbre económica y ralentización de la recuperación, en medio de dos guerras que contribuyen a incrementar la tensión en los precios, si bien es cierto que más en Europa que en Estados Unidos. Esto supone un encarecimiento de la financiación de las empresas y particulares.
Es cierto que la política monetaria restrictiva hace disminuir la actividad económica, pero más caerá si no se actúa con firmeza y determinación para atajar la inflación y se relaja antes de tiempo, hecho que provocaría un mal mucho mayor al de la restricción monetaria. Es más, cuanto más creíble resulte la política monetaria, mayor probabilidad habrá de que los agentes económicos anticipen futuras expectativas positivas derivadas de una correcta aplicación de la política económica, y antes se recuperará el ritmo de crecimiento en un entorno de menores precios.
A mi juicio, la Fed ha sido más prudente que el BCE, que ha comenzado ya a bajar tipos, quizás por presión externa, pero ambos bancos centrales saben que no van a poder aplicar en 2024 todas las bajadas que tenían previstas. Cualquier paso en falso por acelerar una decisión que todavía no parece apropiada puede causar un agravamiento estructural de los problemas de la economía y hacer que toda la restricción monetaria aplicada hasta ahora hubiese sido en vano.
En definitiva, la decisión de la Fed de mantenimiento de la restricción en política monetaria es imprescindible si no queremos que la inflación se apodere completamente de la economía, cosa en la que también debería perseverar el BCE y no caer en la tentación de relajar su lucha contra el alza de precios.