El jubilado de las cartas bomba guardaba 14.800 euros en un armario porque no confiaba en los bancos
El dinero estaba repartido en tres sobres en el armario del salón
El jubilado de las cartas bomba compró en Amazon el material para fabricar los explosivos
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Pompeyo González, el jubilado comunista burgalés que presuntamente envió seis cartas bomba a varias instituciones del Estado y dos embajadas en Madrid guardaba 14.800 euros en metálico en su casa de la calle Clavel 2, en Miranda de Ebro. Cuando le preguntaron para qué guardaba tanto dinero en metálico en casa respondió con sorna: «No confío en los bancos».
La actitud de Peyo, como le conocen en su pueblo de origen, fue similar durante las siete horas que duró el registro, dijo varias veces a los agentes que se «equivocaban» y tras abrir la puerta de casa con su propia llave no colaboró después con ellos. Sólo pidió un vaso de agua.
Lo de no creer en la banca parecía algo natural en el perfil de un hombre así, si se tiene en cuenta que Pompeyo también tenía recortes de prensa de artículos como La sublevación militar de febrero de 1936 o «211.580 años de cárcel para los 3 etarras que volaron la casa cuartel, además en el armario de su dormitorio, único de la casa, había dos pósters, uno de la Pasionaria y otro del Día Internacional de la Mujer Trabajadora y varios ejemplares del diario oficial cubano Gramma.
El dinero que encontraron los agentes se encontraba en tres sobres en el único mueble del salón. Junto a un retrato de Lenin y un llavero con la imagen del Che Guevara y la leyenda Hasta la victoria siempre en tres sobres con billetes de 50 y 20 euros. En el primero había 4.800 euros, 5.000 en el segundo y otros 5.000 en el tercero. La existencia de este dinero también ha hecho recaer sobre él la sospecha de que el hombre pudiera tener preparado un plan de fuga. Tanto dinero en metálico les llamó la atención porque la casa de apenas 42 metros cuadrados tenía pocos muebles y «muy viejos, se veían pobres», llegó a comentar alguien que estuvo en el registro. Actualmente, Pompeyo cobra una pensión del Ayuntamiento de Vitoria a través de Caja Rural donde tiene cuenta y una tarjeta con la que realizaba las compras de material en Amazon para construir explosivos.
Pero como no es fácil construir bombas caseras y hay que tener nociones de química para fabricar las seis cartas bomba enviadas, Pompeyo González seguía vídeos tutoriales en castellano de páginas web alojadas en Rusia y otras en España como el portal quimica.es. El jubilado también consultaba la página armas.es, «periódico digital mundial sobre armas en español» y era fijo de la red Vk, similar a Facebook, pero en ruso.
Tan claro lo vio el juez Calama de la Audiencia Nacional que en su auto de prisión sostuvo que «tales circunstancias objetivan un alto riesgo de reiteración delictiva, que conlleva la necesidad de decretar su prisión provisional, sin perjuicio de que el avance de la instrucción y particularmente el informe de análisis de las sustancias explosivas utilizadas aconseje su modificación». Estas sustancias detectadas en las seis ‘cartas bomba’ eran clorato de potasio, azufre elemental, parafina, óxido de silicio, difenilamina y la pólvora nitrocelulósica encontrada en el paquete enviado a la embajada de Estados Unidos en Madrid.
Pompeyo también era un «apasionado» de los elementos tecnológicos, porque en su casa guardaba cuatro tarjetas de memoria, una cámara de vídeo Samsung, otra cámara de vídeo Sony con sus respectivas tarjetas SIM, un ordenador portátil, cinco memorias pendrive, un teléfono móvil e incluso un Dron con una tarjeta de memoria incorporada, es decir, podía grabar imágenes. Un Dron de la marca Dji, que según los investigadores habría sido modificado para acoplarle un gancho donde colgar algún tipo de explosivo. Como este dron tenía una tarjeta de memoria de 64 gigas es posible seguirle el rastro y ver dónde estuvo probándolo si es que lo voló en algún momento.
La Policía también inspeccionó el trastero, pero estaba «prácticamente vacío», apenas un sofá similar al que se encontraba en el salón. En el coche del hombre, un viejo Peugeot gris aparcado en la puerta, sólo encontraron un bote de pintura blanca y los libros República, guerra y campos de concentración y Memorias de un anarquista bilbaíno.