Niñas de Tenerife

Así planeó Tomás Gimeno el asesinato de sus dos hijas y su posterior suicidio en Tenerife

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Luis Miguel Montero

Reconstruir las últimas horas de la vida de un desaparecido y de un presunto secuestrador y asesino, es de las labores más complicadas que afrontan los investigadores de la Unida Orgánica de Policía Judicial de la Comandancia de la Guardia Civil de Tenerife. Con Tomás Gimeno, presunto asesino de sus hijas Anna y Olivia, lo tienen casi conseguido a falta de lograr rescatar el cadáver de Anna, de año y medio, y el del propio Tomás.

El divorcio entre Tomás y Beatriz Zimmermann, madre de las niñas, no fue fácil. Era una pareja que iba y venía de manera constante desde la adolescencia hasta que con 25 años decidieron hacer algo más formal. Tras la desaparición de las pequeñas, el 27 de abril, hasta que se encontró el cuerpo sin vida de la pequeña Olivia el pasado jueves, 45 días después, muchas son las hipótesis barajadas, pero lo cierto es que Gimeno planeó el secuestro y hacer desaparecer su rastro y el de sus hijas.

La Guardia Civil tiene ahora pocas dudas: Tomás Gimeno planeó con tiempo lo que iba a hacer. Sacó el dinero de todas sus cuentas corrientes, casi 50.000 euros, los metió en un paquete y se los mandó a su compañera sentimental. También traspasó su vehículo preferido, un Alfa Romeo, a su padre Tomás, un apasionado del deporte del motor como él. Luego llamó a algunos amigos y se despidió de ellos y aquella tarde, antes de ir a su casa con las niñas, pasó a ver a su padre y le dio un fuerte abrazo, algo que extrañó mucho a su progenitor, pues Gimeno no era muy propenso a muestras públicas de afecto ni con su padre ni con su hermana Mónica.

La casa de Tomás con el pequeño altar a la izquierda.
La casa de Tomás con el pequeño altar a la izquierda.

Beatriz, madre de las niñas, telefoneó a las 20.30 horas a Tomás para reclamarle que le devolviera a las pequeñas, pero éste le pidió una hora más para llevarlas al McDonalds. De esa manera ganaba una hora, tiempo fundamental, más que necesario, para cumplir con su propósito. La Guardia Civil efectuó hasta cuatro registros en casa de Tomás Gimeno, pero durante el primero, una cosa llamó poderosamente la atención de los investigadores, un blister de relajantes musculares usado y dejado sobre una mesa.

Tierra removida

La Guardia Civil entonces preguntó entre los amigos y familiares de Gimeno y nadie confirmó que sufriera una lesión o tuviese que tomar esos medicamentos. Entonces comenzaron a sospechar lo peor. Además, encontraron tierra removida en una zona donde no debería haber movimientos.

Desde entonces las hipótesis en realidad sólo fueron dos, aunque no se descartaba nada: la primera que Tomás Gimeno hubiese huido con las niñas, pero estuviese escondido en algún lugar de la isla ayudado por amigos o familiares. Pero esto quedó descartado después de un mes de monitorización de los teléfonos móviles de varias personas relacionadas con Tomás. La segunda y más trágica pasaba por un secuestro parental, asesinato y suicidio posterior. Todas las demás pistas fueron investigadas, entre ellas las del velero que pasó por aquella zona y cuyos dueños, una pareja de jubilados británicos, se llevaron un susto importante cuando atracó en Cabo Verde y subieron a bordo varios policías de aquel país para registrarlo.

Además, su indiferencia cuando la Guardia Civil del puerto le multó por saltarse la hora de confinamiento, y su desprecio por dejar el cargador comprado en una gasolinera y que usó para cargar durante media hora el teléfono móvil para llamar a Beatriz Zimmermann al decirle al guarda jurado que «ya no lo voy a necesitar».

Tras el hallazgo de El Espigón, la barca de Gimeno a la deriva frente a la costa de Güimar sin el ancla y con el GPS desactivado, los temores se acrecentaron. Por eso se pidió la colaboración del Buque Oceanográfico Ángeles Albariño y su radar de barrido lateral que finalmente descubrieron gracias al magnetómetro que lleva a bordo la botella de oxígeno primero y el ancla amarrada a las dos bolsas con cinta americana este jueves.

Un pequeño altar con flores y un peluche que es una jirafita recuerda a las pequeñas Anna y Olivia a las puertas del domicilio de su padre Tomás. Nadie se asoma a las ventanas, nadie sale a la calle, pero alguien las ha dejado allí.

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