Santos defiende su «legado» en Madrid y marca el camino a su sucesor en Colombia
El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, cierra en España una suerte de gira europea de despedida. A pocos días de las elecciones que muy probablemente den como sucesor a Iván Duque —candidato del Centro Democrático de su archirrival Álvaro Uribe—, Santos ha defendido su «legado» en Madrid, en el curso de un desayuno informativo organizado por Nueva Economía Fórum en los salones del Hotel Westin Palace.
«Me mantendré callado cuando mi sucesor tome el poder», ha dicho un sonriente Santos. «Mi legado se defiende por sí solo porque la paz es irreversible», ha continuado, creciéndose mientras empezaba a referirse de soslayo a Uribe. «Ni molestaré a mi sucesor ni me entrometeré en sus asuntos, porque al salir del poder, un presidente debe dejar a su sucesor o sucesora hacer las cosas como considere».
La bronca entre Uribe y Santos ha llenado de titulares los ocho años de su mandato, desde 2010, cuando el actual jefe de Estado llegó a la Casa de Nariño y cambió de arriba abajo la política que él mismo había seguido como ministro de Defensa del uribismo contras las autodenominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
«Los presidentes debemos aprovechar nuestro ‘cuarto de hora’, eso digo yo siempre», ha bromeado el líder colombiano, «y tenemos derecho a hacerlo sin la interferencia permanente del antecesor». Por eso, Santos se ha comprometido con los colombianos y con el mundo a no buscar «ese pedacito de poder que en América Latina buscan los caudillos para perpetuarse de alguna forma».
El salón del Palace se ha llenado de murmullos ante tamaña lanza contra Uribe, quien es cierto que lo ha acusado en repetidas ocasiones de «traidor» y «mentiroso», de «haber abandonado a los colombianos» o «haber entregado el país al castrochavismo» tras el acuerdo alcanzado en La Habana con los narcoterroristas de las FARC, bajo los auspicios de la dictadura cubana y el patrocinio de la tiranía venezolana.
«Nadie imaginaba este éxito»
Juan Manuel Santos había empezado su alocución , en un salón abarrotado de personalidades —el ex presidente español Felipe González lo había presentado—, prensa —más de 40 medios acreditados— y público poderoso —Albert Rivera esperó su turno frente a la mesa al final de la intervención del presidente para saludarlo—, bastante satisfecho de sí mismo y de su hoja de servicios: «Nadie se imaginaba que fuese posible culminar todo esto cuando hace ocho años llegué a la Presidencia, todos me miraban con escepticismo».
Santos se alzó con la victoria en 2010 como heredero de las políticas de seguridad democrática de Álvaro Uribe. Las FARC estaban cercadas, se fumigaban las plantaciones de coca, los campesinos se enfrentaban a los líderes narcoterroristas y el país exigía una salida a casi 50 años de sometimiento, extorsión y asesinatos.
«Todos los presidentes habían prometido lo mismo y nunca lo habían logrado», ha continuado Santos. «Y para eso, lo que diseñamos no fue una negociación al uso, sino un plan integral: había que generar las condiciones para que el proceso pudiera ser exitoso».
Así, Santos ha defendido como méritos todas sus políticas: la «universalización de la educación gratuita», la ampliación de la «cobertura sanitaria», la «reducción» de la pobreza extrema —»por primera vez tenemos más clase media que pobres», ha esgrimido— y el «liderazgo», del que se ha mostrado muy orgulloso.
El presidente colombiano no ha hecho referencia a que, en su segundo mandato, las encuestas lo han colocado como el jefe de Estado peor valorado de la historia del país, lo cual desmiente en mucho su presunción de que ha sido un guía para sus conciudadanos. Y ha explicado que cuando era ministro de Defensa de Uribe entendió que «el liderazgo en la guerra es fácil porque es vertical: de un lado estaban los buenos y del otro los malos». Pero que fue cuando se empeñó en la negociación con el jefe narcoterrorista de las FARC, Timochenko, cuando supo que «es más difícil el liderazgo de la paz, que es horizontal: hay que persuadir, cambiar actitudes y sentimientos».
Tal empeño está lleno de obstáculos, ha admitido, pero éstos se salvan con gusto porque «uno cuenta con un valor muy grande: se persigue el más noble de los objetivos de una sociedad, la paz».
Los «detractores de la paz»
El presidente colombiano ha continuado su alocución de balance señalando a la oposición, ésa que está a punto de ser aupada por los colombianos a la Presidencia, como «detractores de la paz». Curiosamente, en un discurso tan generoso consigo mismo, no ha cedido ni un ápice no ya con quienes han criticado las concesiones a las FARC como «una prostitución de la Constitución colombiana de 1991», sino con quienes votaron NO a su plebiscito en octubre de 2016 y ahora aúpan a Duque como favorito en las encuestas.
Al contrario, Santos ha sido implacable: «No podrán cambiar los acuerdos, para eso aprobamos un decreto, avalado por la Corte Constitucional, que impide cualquier reforma o ley que los derogue en los próximos tres mandatos».
Para Santos, es normal que lo critiquen «porque en todo proceso de paz hay una pregunta de fondo: la línea entre justicia y paz», y ha admitido que el pacto «es imperfecto», pero «como todos» los que se firman, poniendo como ejemplo los «menos completos» que se firmaron en el pasado en Guatemala o El Salvador —o en la misma Colombia con el M19—. «Siempre habrá quien quiera más justicia y quienes quieran más paz, siempre habrá quienes no queden contentos con los resultados».
«Menos apoyo electoral del deseado para las FARC»
Para el presidente este acuerdo es el «más completo» de cuantos se han hecho en el mundo, y «muchos expertos nos vienen a preguntar y a estudiar cómo lo hicimos». Ha defendido que «no se cedió en ninguna de las peticiones de las FARC» que tenían que ver con la claudicación del sistema democrático, si bien no ha entrado en detalles hasta que se le ha preguntado por la proliferación de cultivos ilícitos y la prohibición de las fumigaciones de las plantaciones de coca.
Ahí, ha tenido que admitir el presidente que el texto cojea. Porque ofrecer incentivos a quien erradique sus cultivos de coca ha provocado que muchos campesinos hayan abandonado sus plantaciones legales por otras de la planta precursora de la cocaína «para aprovechar las subvenciones después». Y, acusado de haber cedido a la exigencia de las FARC de que se prohibieran las fumigaciones por aire de los cultivos ilegales, ha excusado esta decisión alegando que hay informes de la OMS que dicen que los productos utilizados «perjudican el medio ambiente y la salud humana».
El resultado es que actualmente en Colombia hay más hectáreas plantadas de coca que en toda la historia del país, más de 180.000. Una cifra no muy alentadora para un país que en teoría está acabando con ese problema. Y un argumento que está utilizando la oposición democrática en las elecciones para defender la revisión de los acuerdos.
Como un prohombre histórico, Santos ha cerrado su alocución apoyándose en Churchill, un auténtico visionario que libró la batalla de la libertad en la Europa sacudida por la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Así, citando la frase del ex primer ministro británico —premio Nobel de Literatura, como Santos lo es de la Paz— de que “las mentiras avanzan rápidamente cuando la verdad apenas se ha puesto los pantalones», el presidente colombiano ha augurado que todos los que hoy le critican acabarán por aplaudirle.
«El fantasma de que habíamos entregado el país al castrochavismo se ha disipado», ha dicho. «Las FARC se han presentado a las elecciones y han sacado un mal resultado», ha recordado —y ahí ha dejado una frase enigmática: «Un resultado incluso peor del que deseábamos»— y ha acusado s su detractores de utilizar cualquier argumento «en la lucha del poder». Porque según Santos, «la neblina se disipará con el viento de la historia» y sus rivales se quedarán «sin argumentos».
Santos ha cerrado contento por entregar «un país en paz, más equitativo y mejor educado», con tres millones y medio más de empleos formales» y con todos los pueblos «conectados por fibra óptica». Ésas eran las «condiciones para la paz de largo recorrido» que se propuso y dice haber cumplido. Y, aunque dice que no quiere interferir en su sucesor, se bajó del atril recordando que su paz es «irreversible» y que «si el próximo presidente continúa mi política, en 2025 habremos acabado con la pobreza extrema de Colombia».