Cepyme y la necesidad de curar las heridas de su guerra civil

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Jose de la Morena
  • Jose de la Morena
  • Jose de la Morena, periodista especializado en economía desde hace más de 15 años, desarrolla su labor en el campo de la comunicación desde el prisma de las tendencias, los números y resultados de las distintas compañías. Una tarea que le ha llevado a conocer a fondo el mundo empresarial. Ha trabajado también en comunicación corporativa y como asesor para distintas marcas internacionales e institucionales.

Si hay un dios, del tipo que sea, tiene que ser empresario, y ayer sufrió en Cepyme. Casi 40 minutos de recuento de votos para dar vueltas y vueltas a 466 papeles. Quizás no hacía falta tanta vuelta, pero por primera vez en la historia de Cepyme, sus elecciones tuvieron una cobertura mediática como si se tratara de algo político. Y puede que lo fuera, dios sabrá.

Fermín Albadalejo, hombre fuerte de Ángela de Miguel, se situó tras una catenaria, al borde de la entrada de los asamblearios hacia el voto. Que nadie mueva un papel si no corresponde, que nadie pinte sobre las papeletas…que nadie se mueva en exceso. Recelo absoluto desde su posición ante la dirección de Cepyme que, para él, estaba de salida.

Tras la catenaria, dos cabinas con dos columnas de papeletas separadas por una de sobres hacían las veces de esfinges. Al final, sendas mesas de votación.

Inma Pardo, brazo derecho de Gerardo Cuerva, trataba allí de que hubiera orden, de seguir con el proceso como estaba perfilado. Ella ha llevado la comunicación de Cuerva, preparado la asamblea y tantas y tantas otras cosas. Dios sabe que esa mujer tiene alma de empresaria. Luchaba contra el brazo oficial, la mano invisible (o visible) de CEOE, y eso fue mucho decir.

Los dos bandos pensaron que el otro haría algo raro, que se jugaría con trampas. La prensa parecía vetada, porque la convocatoria sólo dejaba entrar a medios gráficos al principio, y tras la votación al resto, para una rueda de prensa que jamás se produjo. Pero tampoco tuvo especial interés ese hecho. Un servidor, paseando entre asambleístas, fue testigo de todo lo que allí ocurría. La propia organización permitía la entrada, aunque después, con un aforo difícil de medir, nos pedía que no estuviéramos allí todo el tiempo.

Iba pasando la mañana entre votante y votante, y hasta ese dios debía de morderse las uñas. La tensión era lo único que compartían los partidarios de Ángela de Miguel y de Gerardo Cuerva. Y una visión final. Miguel Garrido lo dejó caer, pero estaba en voz de todos, como si fuera el lema de campaña: «Que acabe ya esto, y luego todos en el mismo camino».

Lo cierto es que tardaba en acabar. Los partidarios de Gerardo Cuerva aguantaban dentro. El resto salían y atravesaban la calle destino a Luzi Bombón, un restaurante que terminó haciendo las veces de cuartel de los de Ángela de Miguel. Cuando llegué a escribir allí, por sentarme antes del recuento último que se haría de nuevo en el auditorio, el ambiente era ya de júbilo, aún sin saberse el resultado. «Es por los votos delegados», me explicaba uno. La realidad fue que Ángela de Miguel ganó por 30 votos. Más de uno se atragantó con eso.

Dijo De Miguel, al ganar, que Cuerva también era parte ya del legado de Cepyme. Lo mandó a la historia en la primera intervención, y no volvió a mencionarlo en su discurso de la victoria. Para contar 30 votos de diferencia hizo falta casi una hora porque se anularon varios, sobre todo delegados, y ahí estuvo la película. Si llegan a anularse algunos más, tal vez Cuerva seguiría siendo presidente de Cepyme, y la polémica estaría servida, claro.

El descanso nos duró a ese dios de los empresarios y a mí poco tiempo. El justo para darnos cuenta de que había terminado la guerra, de que ya había un vencedor y un vencido, pero ahora tocaba mirarse las heridas. ¿Hasta qué punto puede Ángela de Miguel volver a concitar la unidad de las pequeñas y medianas empresas? Su protector, Antonio Garamendi, saca de esto una victoria, pero tendrá también que hacer mucho más ruido en favor de empresas y empresarios si quiere lograr su propia victoria en noviembre de 2026, cuando serán las elecciones de la CEOE. Puede presentarse, porque para eso fueron cambiados los estatutos, pero no queda tanto tiempo. Y antes habrá que tratar de rebajar los costes laborales, enfrentar nuevas subidas del SMI y luchar para que la fiscalidad no devore a pymes y grandes empresas.

Los partidarios de Gerardo Cuerva y, qué demonios, el propio Gerardo, apuntan ahora esa fecha de nuevas elecciones en el calendario. Han pasado muchas cosas en esta inusitada campaña en Cepyme, y a los trapos sucios que salieron (o con los que trataron de ensuciarse) habrá que sumar los que pudieran quedar en los cajones. Dios no lo quiera. Que haya más, quiero decir.

Lo peor de una guerra es restañar sus heridas. Sobre todo porque está de moda alimentar la polarización, no buscar frentes comunes. Que acabe ya esto, que diría aquel, o que sea lo que dios quiera.

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