Bottas no falla, Hamilton remonta; Fernando Alonso y Sainz, abandonan
Un himno a la carencia de emoción, una pasarela de monoplazas yendo y viniendo lánguidos por el Red Bull Ring, una carrera discreta, insuficiente para todos. Valtteri Bottas no falló y Lewis Hamilton remontó, a medias. Ricciardo se coló en el podio… y Vettel no alteró la posición: segundo. ¿El ganador real? El alemán de Ferrari que se aleja, poquito a poquito, suavecito, del 44 de Mercedes. Y lejos de las alegrías, otra vez, Fernando Alonso.
La amenaza de lluvia constituía en armas a todos aquellos lejanos a Mercedes y Ferrari: una oportunidad en un potencial caos. Con la pista lejos de estar húmeda, y en sus primeros metros, empezó la anarquía: Kvyat jugó a los bolos en la curva 1, llevándose por delante a Fernando Alonso y Max Verstappen. Ascético el de McLaren, optó por no perder la paciencia: mala suerte. El dolor se trasladaba al naranja de las gradas: ni una vuelta les había durado el holandés.
La salida de Bottas había sido inmaculada… hasta que Vettel subió la radio. Sólo él vio que el 77 saltó antes de tiempo: investigación baldía. Hamilton remontaba a ritmo, como Indurain o Sastre en cualquier muro del Tour de Francia. Encontraba víctimas a su paso, desde Pérez y Grosjean… hasta Kimi Raikkonen. Sufría Sainz: caía y caía posiciones en un Toro Rosso indomable. Suplicaba por radio, y Marco Matassa, su ingeniero, le tranquilizaba: era 14º.
Hamilton perseguía el difusor rojo de Kimi como el Coyote al Correcaminos: se acercaba, con siempre el siguiente giro pareciendo el definitivo, pero al final siempre huía de la trampa. La carrera languidecía a la espera de unas gotas que parecían tan lejanas como una victoria de McLaren. La sinfonía desafinada de temporadas pretéritas volvía a sonar con desaliño, una carencia de emoción alarmante, despertando una peligrosa somnolencia.
La estrategia revolvía un poco el entierro: Lewis paraba antes, alternando su logística para buscar un imposible que no sólo le quitara a Raikkonen de en medio. Carlos Sainz ascendía hasta los puntos, décimo. Se mantuvo ahí unas vueltas, paró, perdió la posición, y, cuando volvía a buscar esa plaza, su motor dijo basta. Una carrera, un fin de semana, para no recordar. Lo máximo de sus manos estaba hecho, pero aquí, ya saben, a veces, eso poco importa.
Aquello parecía un desfile militar, comandado por Valtteri Bottas: todos ordenados, guardando la distancia, a paso, clavándose los tiempos. Décima arriba, décima abajo, Lewis Hamilton recortaba a Ricciardo; Vettel a Valtteri, más tímidamente. La lluvia huía de tal guerra fría: no hacía acto de presencia en una fiesta que la necesitaba. La persecución aumentaba sus revoluciones y quedaban 6 vueltas.
El blistering destrozaba de forma desigual a los coches plateados: a Bottas se le ponía cara de nazareno; Lewis volaba hacia el Red Bull de Ricciardo. Todos en zona de DRS: la emoción se había escondido hasta el final. Les faltó una vuelta a todos: nada cambió el producto final. Victoria para Bottas; Vettel, segundo; y Ricciardo, otra vez, en la ceremonia del podio. Un producto defectuoso con los puntos igual de repartidos. Tras la locura de Bakú, el amargor se acrecentó. ¿Lo mejor? El Mundial se calienta, todavía más. La reconquista de Hamilton arranca en su casa. Que hable con el astur…