Por eso Messi nunca será Maradona
Con (mucha, muchísima) más pena que gloria, Messi acaba de poner fin a su cuarto Mundial. Quién sabe si será el último. Posiblemente sí. Se va otra vez de vacío y hace llorar a Argentina, que le espera en las grandes citas y él hace lo mismo que un juez: falla. Se va sin olerla y con la sensación de que ni siquiera lo intentó cuando tocaba.
Es curioso que un tipo del talento y el impacto en el fútbol de Leo Messi –su hueco en la historia es innegable– vaya a retirarse de los Mundiales sin haber metido nunca un gol ni en octavos, ni en cuartos, ni en semifinales, ni en la final. Quizá llevar el peso de un país a tus espaldas es demasiado hasta para Messi. Pero nunca lo fue para Maradona.
Maradona sí tuvo narices para coger las riendas de Argentina y ganar él solito el Mundial del 86. Luego, ya con algún vicio más, también llevó a la albiceleste a a la final del 90 e incluso se permitió el lujo de dejarse ver, en plena decadencia, en el Mundial del 94 cuando sus ojos ya denotaban el peso de sus excesos. Pero era Maradona y la presión nunca pudo con él.
Con Messi sí. Demasiado joven en el 2006 cuando Argentina cayó en cuartos con Alemania, demasiado perdido en 2010 y demasiado solo en 2014 como para superar al mayor gafe de la historia del fútbol mundial, El Pipita Higuaín. En este Mundial de Messi hemos visto un gol a Nigeria y un penalti fallado ante Islandia. Demasiado poco para un jugador tan bueno. Ahora las críticas le despedazarán, pero se lo ha ganado. Ha hecho muy poquito por su país y por sí mismo.
Por eso Sergio Ramos no tenía razón: el mejor jugador argentino de la historia no es Leo Messi es Maradona. Con permiso de Di Stéfano, claro.