Por qué las notas musicales tienen esos nombres: de dónde vienen y cuál es su origen

Desde la antigüedad, la música ha estado presente en los grandes hitos de la civilización: ceremonias religiosas, celebraciones públicas y cantos populares. Sin embargo, aunque hoy todos reconocemos la secuencia «do, re, mi, fa, sol, la, si», lo cierto es que el origen de los nombres de las notas musicales está lejos de ser evidente; estas sílabas que damos por sentadas, no siempre existieron. Para conocer su origen hay que retroceder a la Edad Media y a la figura de un monje benedictino que cambió la música para siempre: Guido de Arezzo, considerado hoy el padre de la notación moderna.
Hoy en día, las siete notas principales se escriben en el pentagrama, pero no siempre ha sido así. Antes de que se implantara este método, la música se transmitía casi exclusivamente de forma oral. Cuando finalmente se empezaron a utilizar signos escritos, se recurrió a las letras del alfabeto. Las notas se denominaban A, B, C, D, E, F y G, pero no en el orden que actualmente se aprende. La letra A correspondía a la nota la, la B a si, y la C equivalía al actual do. Por tanto, la secuencia musical seguía este patrón:
«C – D – E – F – G – A – B!.
El origen del nombre de las notas musicales
Guido nació alrededor del año 995, probablemente cerca de París. Se formó en un entorno estrictamente benedictino y pronto destacó como maestro en la escuela catedralicia de Arezzo, al norte de Italia. Sin embargo, los métodos antiguos requerían que los monjes tuvieran que escuchar los cantos repetidamente para poder memorizarlos. Fue entonces cuando Guido comenzó a desarrollar un sistema que permitiera aprender música leyéndola.
Fue así diseñó el tetragrama (el precursor del pentagrama actual), una pauta de cuatro líneas que permitía fijar las alturas de las notas de forma clara y visual. También mejoró la notación neumática, introduciendo símbolos mucho más precisos y coherentes. Además inventó la mano guidoniana, un sistema mnemotécnico que ubicaba sonidos en distintas partes de la mano para facilitar el aprendizaje. Esta técnica se utilizó durante siglos en Europa.
El Himno a San Juan
Guido buscaba un método que permitiera a los monjes memorizar las melodías con facilidad. Y lo encontró en un himno ya conocido en la época, dedicado a San Juan Bautista: «Ut queant laxis», atribuido al historiador Pablo el Diácono en el siglo VIII. Cada verso del himno empezaba en un tono más alto que el anterior, formando una escala ascendente perfecta, y Guido decidió utilizar las sílabas iniciales de cada frase como nombres de esas notas:
Ut queant laxis
Resonare fibris
Mira gestorum
Famuli tuorum
Solve polluti
Labii reatum
Sancte Ioannes
La traducción sería ésta:
Para que puedan
Exaltar a pleno pulmón
Las maravillas
Estos siervos tuyos
Perdona la falta
De nuestros labios impuros
San Juan.
Las seis primeras dieron lugar a las notas ut, re, mi, fa, sol, la. La séptima nota (el actual si) no formaba parte del sistema original de Guido, pero el teórico Anselmo de Flandes la añadió en el siglo XVI, tomando las iniciales de Sancte Ioannes: S y I. Con el tiempo, ut resultó difícil de cantar por terminar en consonante, y en el siglo XVII el musicólogo Giovanni Battista Doni propuso sustituirla por do.
Del hexacordio a la escala moderna
Además de crear el nombre de las notas musicales tal y como las conocemos en la actualidad, Guido también creó la estructura en la que se organizaban. Su sistema, conocido como hexachordum naturale, establecía seis notas separadas por distancias fijas: dos tonos, un semitono, y dos tonos más. Esta organización fue esencial para el desarrollo posterior de la teoría musical y la afinación moderna.
Tan importante fue su aportación que su obra magna, el Micrologus de disciplina artis musicae (escrita hacia 1025), se convirtió en el tratado musical más influyente de la Edad Media después de los textos de Boecio. Guido murió alrededor del año 1050, probablemente en el monasterio camaldulense de Avellano, del que habría sido prior.
Hoy resulta casi inimaginable que la música occidental haya podido existir sin el pentagrama o las sílabas que permiten enseñar solfeo. Sin embargo, todo ello fue posible gracias a la visión de un monje medieval que buscaba hacer más fácil la vida de sus alumnos. La solmisación creada por Guido (que con el tiempo recibiría el nombre de solfeo) se expandió rápidamente por Europa y se convirtió en la base de la enseñanza musical durante siglos.
Lo que comenzó como un método para memorizar cánticos religiosos terminó definiendo la estructura de la música occidental. Guido de Arezzo quizá nunca imaginó la magnitud de su aporte, pero su invento transcendió fronteras, épocas y estilos. La próxima vez que alguien entone un sencillo «do re mi», estará repitiendo un legado cuyo origen se remonta a casi 1.000 años atrás.
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