El dilema del tren: ¿qué harías en una situación moral extrema?
¿Cómo reaccionaríamos a una situación moral extrema? La solución está en lo que se conoce como dilema del tren. Toma nota.
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El dilema del tren es uno de los problemas éticos clásicos. Ha sido debatido por cientos de expertos y profanos, a lo largo del tiempo y en todas las latitudes. Fue propuesto por la filósofa británica Philippa Foot en 1967 y desde entonces se ha producido una innumerable cantidad de posibles respuestas.
Aunque el dilema del tren ha presentado diversas variaciones a lo largo de los años, en esencia se mantiene incólume. Es un problema lógico y ético que nos enfrenta a una situación moral extrema y pone a prueba nuestros principios, emociones y capacidad de análisis. Veamos de qué se trata.
El dilema del tren
El planteamiento original del dilema del tren habla de una situación hipotética. Hay un tranvía descontrolado que avanza hacia cinco personas que están atadas en la vía. El espectador tiene la posibilidad de intervenir, desviando el tranvía hacia otra vía en la cual hay solamente una persona atada.
Esta situación plantea dos posibles elecciones. Una es la de no intervenir y dejar que los hechos sigan su curso. La otra opción es intervenir y, de forma deliberada, quitarle la vida a una sola persona, para salvar a las otras cinco. En este último caso, el espectador actúa como un dios que determina quién se salva y quién no.
En 1985, Judith Jarvis Thomson propuso una variante interesante. En este caso, también hay un tranvía desbocado y cinco personas atadas en la vía, pero no hay un botón para desviar el transporte. Lo que sí se puede hacer es tirar sobre la vía a un hombre corpulento que está casualmente allí. Al hacerlo, el tren se descarrilaría y se evitaría la muerte de quienes están atados.
Tienes dos opciones:
- No hacer nada: el tranvía seguirá su curso y atropellará a las cinco personas, resultando en su muerte.
- Accionar la palanca: esto desviará el tranvía y lo llevará hacia la otra vía, donde matará a una sola persona, salvando así a las cinco.
Este dilema presenta un conflicto moral entre dos principios éticos: el utilitarismo, que sostiene que se debe actuar para maximizar el bienestar general, y el deontologismo, que enfatiza la importancia de las normas y principios morales, independientemente de las consecuencias.
Preguntas para reflexionar:
- ¿Qué decisión tomarías y por qué?: reflexiona sobre las razones que te llevarían a elegir salvar a una persona en vez de cinco, o viceversa.
- ¿Cómo influye tu contexto personal en tu decisión?: considera si tus experiencias pasadas, valores familiares o creencias religiosas afectarían tu elección.
- ¿Es moralmente aceptable actuar para salvar más vidas, incluso si eso implica tomar una vida?: esto abre un amplio debate sobre la ética de las decisiones que involucran sacrificar a uno para salvar a muchos.
- ¿Qué harías si la persona en la vía secundaria fuera alguien cercano a ti?: este giro añade una capa adicional de complejidad emocional a la decisión.
- ¿Cómo se relaciona este dilema con situaciones de la vida real?: piensa en casos de decisiones difíciles que se presentan en el ámbito de la medicina, la justicia o la política.
Una encrucijada ética
El dilema del tren nos enfrenta a una situación en la que no hay solución posible. Sea cual sea la elección que se tome, habrá una pérdida de vidas. Por lo tanto, no existe la libertad para escoger, sino solo para evaluar y decidir cuál sería el mal menor.
En la versión clásica del dilema del tren, la mayoría de las personas eligen salvar a las cinco personas amarradas, a costa de quitarle la vida a otro ser humano. Este enfoque se conoce como “ética utilitarista” y se basa en el principio de maximizar el bien colectivo, aunque esto implique el sacrificio de un individuo.
En la variante de Judith Jarvis Thomson, aunque en esencia es igual a la versión anterior, las cosas ya no parecen tan claras para la mayoría de la gente. Aunque sigue manteniéndose la lógica de sacrificar una vida para salvar otras cinco vidas, la acción de empujar a una persona sobre la vía se percibe como deplorable. Sin embargo, el resultado sería el mismo.
Sin solución
Filósofos y psicólogos han señalado que los dos casos planteados por el dilema del tren muestran lo profundamente influidas que están las decisiones por las emociones. En estricto sentido, no hay mayor diferencia entre apretar un botón o empujar a una persona, porque la consecuencia es exactamente la misma.
Lo único que cambia en los dos casos es la percepción del espectador. Al apretar el botón se decide de manera indirecta. Al empujar a otra persona, la acción es más directa. Por lo demás, todo es igual. Lo que sí puede cambiar todo es el hecho de no intervenir, con base en la idea de que nadie puede tomar la vida de otra persona.
¿Existe una “respuesta correcta” o “incorrecta” para este dilema? La verdad es que no. La decisión puede variar considerablemente, dependiendo de los valores y principios de cada persona.
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