LA BUENA SOCIEDAD

Mis Saboya favoritos de Roma

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Tenemos Papa y ayer le recibimos con alegría deseando lo mejor para un pontificado que ha de ser largo y muy difícil, dada la situación política actual. La grandeza de la ciudad, jamás destruida del todo, no consiguió impresionar a Donald Trump permitiendo que se tuiteara la ya famosa imagen vestido de Papa, con Francisco todavía caliente en su reciente sepultura. Ese gesto es el que demuestra que la grandeza de Europa está muy por encima de la de otros imperios que no conservan, derriban lo viejo sin piedad. Estados Unidos es un claro ejemplo, todo está entre que se cae o lo tiran.

El asfaltado de la Quinta Avenida está en un estado espantoso, la gala Met es ridícula pero saca un pastizal, pero hoy ya nadie se acuerda del modelito que llevaba quién. Sin embargo, todos tenemos aún en la retina el funeral de Francisco y la salida al balcón central del Vaticano del nuevo Papa, León XIV. Qué nombre más hermoso ha elegido este hombre capaz de llorar en público sin pudor, vencido por la emoción.

La tarde de ayer fue de llamadas y comentarios entre amigos que nos reconocemos creyentes y hemos vivido estos días con emoción sincera. Algo grande está pasando en el Vaticano que va a cambiar el mundo. Impresionaba ver la bellísima plaza llena de jóvenes emocionados por tener a su guía, a su rey. El Papa es rey absoluto. Entonces me vino a la cabeza la época en la que Roma tenía reyes, los Saboya, derrocados en un referéndum claramente amañado siglo y pico después de que la familia, antiquísima y prestigiosa en la historia de Europa, consiguiera reunificar Italia, un país formado por reinos y principados, que en poco tiempo se convirtió en una gran potencia mundial.

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María Gabriela de Saboya, en casa de Marieta Salas. CRISTINA MACAYA

La unión hace la fuerza, lo hemos comprobado en nuestra querida España, siempre dividida no se sabe por qué razón. Los Reyes de Italia tenían raíces reales purísimas y se esforzaron hasta que el último príncipe heredero decidió casarse con una ciudadana común y corriente, Marina Doria. Yo soy fan de la reina de mayo, María José de los Belgas, que reinó un mes junto a su marido. Su vida fue extraordinaria porque desde niña estuvo destinada a casarse con el príncipe Humberto. Les presentaron en la Plaza de San Marcos siendo niños y ya nunca pudieron separarse. El caso es que como princesa heredera María José demostró fuerza y rebeldía, le gustaba fumar, beber y una buena fiesta, la creyeron frívola y no lo era en absoluto.

Durante la guerra quiso unirse a los partisanos para echar a los alemanes, pero no la dejaron. Tras determinarse el exilio, pidió quedarse sola en el Palacio del Quirinale, antigua residencia papal, reconvertida en Palacio Real. Sólo para defender el fuerte y a la familia y su legitimidad. No la dejaron. Y aunque reinó un mes, hizo más por su país que muchos presidentes republicanos en años. Se retiró a Suiza, su marido a Portugal y se acabó la historia. Nunca perdieron la dignidad.

Conocí a su hija María Gabriela de Saboya en la casa de Marieta Salas, donde estaba pasando unos días de vacaciones. Me impresionó su majestad y el respeto que mantenía por la institución a la que pertenecía. Rechazaba a su hermano por inútil y apoyaba a su primo Amadeo de Saboya. Era, es una señora estupenda, alta como una torre, bellísima y normal. En la primera entrevista que me concedió reconoció haber sido novia de don Juan Carlos, pero que nunca quiso ser reina, así que la relación se cortó de manera natural. El Sha de Persia también le propuso matrimonio y también le rechazó para acabar casándose con un millonario reciente, que por complejos de cuna cambió su nombre a Robert de Balkany.

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Los Bulgaria con sus primos, los condes de Xauen, y los Mercer Paou.

Hay una anécdota que he de contarles sí o sí. Mi adorada princesa Michael de Kent, que es la bomba, lista como una centella y mala porque le da la real gana, está invitada al fabuloso barco de los Balkany. En la cena le espetó a Balkany que hiciera el favor de recuperar su nombre real y que respetara su origen judío. A la mañana siguiente los elegantes príncipes Michael de Kent recibieron la orden de abandonar el barco. Fueron abandonados en un puerto griego, sin dinero pero con muchas maletas.

En fin, la hija de los últimos reyes de Italia, Humberto y María José, la gran reina que pudo ser y no fue acabó divorciándose y ya la conocí con novio estupendo. Le pregunté por su relación con Juan Carlos y me reconoció «Salíamos juntos, era mi novio de juventud, un noviete. Fue cuando en Portugal nos encontramos todas las familias reales exiliadas. Así nos conocimos, era muy simpático. En aquella época no había mucho que hacer, sólo navegar, montar a caballo… Yo no tenía ningunas ganas de casarme, ni vocación para ser reina. También el Sha de Irán me pidió en matrimonio y tampoco acepté. Afortunadamente. Ser reina es un trabajo muy duro y hay que tener vocación de servicio. Yo tengo otras inquietudes, quizá porque he vivido el exilio. Los príncipes que no sirven deben renunciar a su puesto y dar paso a los que están dispuestos a sacrificarse por esta institución».

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El príncipe Kubrat, presumiendo de huevos fritos en el antiguo comedor de Esteban Mercer.

Divina mujer, tan rebelde como su madre, a la que Marieta me hizo tratar en tercera persona, algo que no me molesta en absoluto, estoy acostumbradísimo, y a quien mi querida suegra, amiga de juventud, saludaba con una maravillosa reverencia. Qué manía nos ha dado por cambiar cosas llenas de significado. He visto a la infanta Elena arrodillarse hasta tocar suelo ante la reina Margarita de Bulgaria y ahora Leonor recibe a su madre como si fuera una colega, lo que está bien, pero no deja de ser peligroso, porque los símbolos lo son por algo y conviene respetarlos para no acabar vestidos de papas como Trump.

La reina de Bulgaria también es por matrimonio una Saboya pues el rey Simeón es hijo de la hermana de Humberto, Juana de Saboya. Otra mujer ejemplar. Recuerdo tener a sus nietos una tarde de domingo en casa, en la que estábamos tan a gusto charlando de todo y nada y las copas se alargaron hasta que los estómagos principescos y condales empezaron a rugir. Sólo había huevos en la nevera, bajé a por pan y al regresar encuentro a Su Alteza Real el príncipe Kubrat de Bulgaria friendo huevos en mi cocina, con mi hermana de pinche. Su mujer y madre de sus fabulosos hijos, mi muy querida Carla Royo Vilanova, ayudaba con la mesa y yo no sabía qué debía hacer. Hasta que aterricé y le pregunté al príncipe por el supuesto asesinato de su abuelo después de una reunión con Hitler.

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Esteban Mercer y Carla Royo Vilanova.

Hablamos de esa historia, que es de Europa, pero lo impresionante es la cara que Kubrat puso al recordar con orgullo que su abuela la reina había nacido en el Quirinale, hija de rey, mujer de rey y madre de rey. Simeón a mí me parece uno de los hombres de vida más fascinantes. Sajonia-Coburgo-Gotha y Saboya. Todo esto sucedía con absoluta normalidad en mi comedor rojo, como tantas cosas y situaciones extraordinarias he vivido con la mejor gente, la más educada y en la pirámide social ocupando el lugar más alto.

Los mediocres me miran por encima del hombro y hacen la reverencia a Francina Armengol, que vive en un palacio del que nadie habla, contrata para la tele a personas que jamás han trabajado en ella y les hace fijos. Claramente no es una Saboya.

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