Impresionante despliegue de equilibrio estético de José Dávila en la galería Kewenig
El artista mexicano de renombre internacional aterriza en Palma por primera vez
La exposición estará abierta al público hasta el 8 de enero de 2022
Desde luego que si yo fuese galerista no me hubiese atrevido nunca a abrir al público una exposición como la que José Dávila (Guadalajara, México, 1974) tiene ahora mismo desplegada en la galería Kewenig de Palma, entre la capilla del siglo XIII del Oratorio de San Felio y la zona adyacente en la que también se ubican las oficinas de la firma.
Sólo con imaginar el riesgo de que en una visita, o en la misma inauguración en la que se acumuló el público alrededor de las obras, una correa de sujeción colapsase, dando por tierra el precario equilibrio inestable en el que se hayan dispuestas las piezas de piedra y cristal, de enorme peso, estaría en un estado de nervios tal que no me permitiría ni siquiera conciliar el sueño de noche.
Se trata, seguro, de una de las muestras más arriesgadas que he visto en mi vida, un reto a la física en general y a las leyes de la resistencia de materiales y de la gravedad en particular, y también, por ende, un reto a la estética y a la metafísica —no en balde todo en el universo, incluso lo que parece quieto, más bien detenido, está sujeto a tensiones internas que conforman, como resultante, la estructura con la que se presentan al mundo, esa especie de perfil de Facebook que es, al fin y al cabo, el núcleo de su inmanencia y de su trascendencia, su “ser en el mundo” que diría el famoso alemán.
La exposición de José Dávila plantea, pues, esa cancelación de fuerzas opuestas a través de un equilibrio que, a priori, parece imposible. Y lo hace sin trampa ni cartón, sin utilizar recursos tecnológicos ocultos, o materiales falsos —recordemos, en este punto, que en el mismo oratorio de San Felio Bernardí Roig expuso hace poco un combinado de enormes prismas de porexpan blanco extruido, en situación también de franca inestabilidad, a modo de luz solidificada, y todo ello en referencia a la célebre frase final de Goethe en el lecho de muerte; conceptualmente una gran propuesta, fallida en cambio en la elección del material para expresar esa solidificación de la luz, dado que al menos los prismas tenían que haber sido mármol blanco de Macael, con lo que de poderoso y amenazante por el tamaño hubiera podido resultar así la instalación—.
Dávila, en cambio, enfrenta ese desafío sin coartadas de trastienda, y la más impresionante de las intervenciones es la que se despliega en el oratorio: dos enormes placas de mármol de un grosor considerable aparecen enfrentadas, pero con inclinación hacia fuera, sujetas en esa situación inestable por unas correas de trinquete que a su vez están oprimidas por dos enormes piedras calcáreas. Todo el conjunto es imponente y al mismo tiempo intranquilizador, totémico y amenazante, manifestación cuasi sacra de la cancelación de los opuestos que en el fondo es la realidad, pues cuando ello no se da la pura energía lo quema y arrasa todo, y tan sólo resta la nada. El espacio y el tiempo son los nichos en donde la cancelación de las fuerzas opuestas alcanza esa tasa de paz tensa que llamamos realidad.
Si bien, en primera instancia, las piezas nos evocan de lejos algunas de las que caracterizan la obra de Jannis Kounellis, por ejemplo, y a las de los otros integrantes del llamado movimiento del “arte povera”, dado que José Dávila emplea elementos industriales y desde luego “no pobres” (el mármol, por ejemplo, frente al fieltro de Joseph Beuys, sin ir más lejos), si tuviéramos que referir de alguna manera su trabajo, enmarcándolo en una consigna bautismal, tal vez habría que llamarlo “arte povera ma ricco”, aunque no sé si éste es un término que pueda entenderse.
La muestra se completa con diversas piezas de pared que ahondan el planteamiento anterior, alternándose, en este caso, los materiales seleccionados entre la piedra y el cristal. El hierro, sin embargo, ha sido utilizado por José Dávila en la pieza de exterior que ha sido ubicada en un espacio público de competencia portuaria. Esta obra, Primitive irruption, de 2021, compuesta por vigas de acero y roca calcárea, podría ser una obra de extraordinario interés si la Administración llegase a tener la sensibilidad suficiente como para gestionar su permanencia —se ha hablado incluso de una posible donación del artista—. Pero según informaciones que me han llegado, no alcanzará, en su actual ubicación (que es perfecta) ni siquiera al final del ciclo expositivo, pues, por lo visto, el desembarco el día 5 de enero de los Reyes Magos y su posterior cabalgata requieren la liberación, precisamente, de este espacio. ¡Triste sociedad la que desconoce el sentido de la estética y de los códigos formales con los que se está construyendo el futuro!
La obra de José Dávila goza de un enorme reconocimiento internacional, estando presente en las más relevantes colecciones del mundo: la del Museo Nacional de Arte Reina Sofía de Madrid, el Museo Guggenheim de Nueva York, la colección del Deutsche Bank de Frankfurt o la colección Jumex de México. Es por tanto un auténtico lujo, sobre todo para los tiempos de penuria que corren, tener la posibilidad de disfrutar de una exposición tan señalada como ésta en la ciudad de Palma.
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