Crítica

‘La sustancia’: la película más incómoda y loca del año

Una de las cintas más rompedoras de la temporada

La sustancia
Demi Moore en 'La sustancia' (Universal Pictures).

Crítica de La sustancia, la película de la que todo el mundo habla y una de las más incómodas y locas del año. Un festín gore con mensaje feminista que reivindica una mejor relación con nuestro propio cuerpo. Demi Moore se venga de Hollywood con esta historia sobre la eterna juventud y la exigencia estética que impone la sociedad. Coralie Fargeat firma una cinta de un poder visual inabarcable, cada escena es una exquisitez narrativa. Con muy pocos diálogos y mucha imaginación, esta película celebra el poder de la imagen. Es cine de verdad, del que no se sustenta en las palabras. Mucho se ha hablado de los excesos de esta producción y no es para menos. Los últimos veinte minutos son un festival sangriento hecho para provocar (en algunos espectadores, la risa) pero lleno de dolor y tristeza. Aún con todas sus virtudes, La sustancia peca de obvia. Hay demasiados subrayados, por no hablar de que si se quiere disfrutar de la experiencia, será mejor que uno no se haga demasiadas preguntas. La lógica no es el punto fuerte del filme.

¿De qué va?

Elisabeth Sparkle, una estrella de un programa de aeróbic televisivo, es despedida por su jefe en su quincuagésimo cumpleaños debido a su edad. En ese momento recibe una oferta de una misteriosa empresa que le ofrece una sustancia que creará una versión más joven y bella de sí misma a través de la división celular.La protagonista accede y de su cuerpo nace Su, un alter ego veinteañero. La única condición es que cada una tiene una semana para interactuar con el mundo mientras que la otra se queda en casa inconsciente. Obviamente, el drama llegará cuando se violen las normas.

El poder de la imagen

La apertura de La sustancia es el mejor ejemplo de lo que va a ver el espectador durante las siguientes dos horas. Una secuencia tan potente en lo audiovisual como en lo narrativo. Sí, quizá sea obvia pero es fascinante. A partir de ahí, la francesa Coralie Fargeat nos introduce en un mundo aséptico, casi vacío y con miles de referencias estéticas (El Resplandor, 2001. Odisea en el espacio, el cine de Cronenberg…) pero con un fabuloso gusto por el detalle más incómodo.

La sustancia
‘La sustancia’ (Universal Pictures).

Cada silencio, cada toma y cada movimiento de cámara están pensados para transmitirnos una vorágine de emociones. A la importancia de la imagen se le suma un diseño de sonido virtuoso que impacta más, en ocasiones, que lo que se está viendo. La sustancia debería ser de visionado obligatorio para cualquiera que haga cine. Este es un medio en el que las palabras son una muleta, nunca el eje central.

Ya con su primera película , Revenge, Fargeat quiso denunciar la violencia contra la mujer e hizo protagonista al típico personaje femenino sexualizado que en otro tipo de cintas hubiese aparecido sólo para alimentar las fantasías masculinas. En La sustancia se vuelve a jugar con los cánones impuestos y sobre cómo la mirada patriarcal manipula todo lo que vemos. De ahí que en las escenas en las que Sue (maravillosa Margaret Qualley) sale del apartamento o va a trabajar al programa de televisión, la cámara se centre en sus curvas, en especial en su trasero. Es ahí cuando la directora juega con el espectador y nos hace partícipes de esa cosificación femenina.

Demi Moore
Demi Moore en ‘La sustancia’ (Universal Pictures).

Demi Moore, el regreso

La sustancia es un viaje hipnótico capitaneado por una Demi Moore que seguramente ha pasado por mucho del sufrimiento de su personaje. Ella, gran icono sexual de los 90, se enfrentó al ostracismo tras varios fracasos de taquilla una vez cumplidos los 40 años. Seamos francos, nunca fue una gran actriz. La cámara la adoraba y tenía carisma pero su talento era limitado. Y hablamos en pasado porque aquí, Moore hace uno de esos regresos que marcan carreras y que gustan tanto a Hollywood. La valentía física y emocional de esta mujer ante un producto tan majara debería premiarse con un Oscar. Puede que no lo consiga pero si no la nominan sería vergonzoso para la industria.

Lo peor: olvídate de la lógica

La sustancia es fascinante pero no es perfecta. Me llama la atención que en último Festival de Cannes se llevase el premio al mejor guion. Sí, la idea original es fabulosa, su desarrollo también pero la historia tiene unas lagunas difíciles de explicar.

Cuando se escribe ficción hay que distinguir entre realismo y veracidad. Lo importante es hacer creíble lo increíble. Para ello hay que crear un mundo con unas normas muy concretas y no traicionarlas jamás. Matrix, Harry Potter o Star Wars son universos fantasiosos que no se cuestionan porque están bien armados. En La sustancia, sin embargo, hay que hacer un acto de fe demasiado grande para poder disfrutar de la experiencia. No explican gran cosa del experimento en sí (realmente, ¿en qué le beneficia al personaje principal inyectarse esa cosa si no es consciente de su otro yo?) y el mundo en el que se mueven las protagonistas es tan artificial como incoherente ( ¿Nadie pide el DNI de Sue para contratarla?).

La sustancia es un cuento, una fábula. Me llama la atención que muchos críticos digan que hay en ella una reflexión profunda cuando no existe debate alguno: el mensaje es claro y directo, tanto que hay ocasiones en las que el discurso es excesivamente panfletario ( sobran muchos subrayados en la parte final). La sustancia se me antoja como la versión gore de Barbie: una artefacto feminista contado con originalidad.

Último apunte. Me sorprendió escuchar risas en el cine durante el final de la película. Quiero creer que eran carcajadas incómodas ante la orgía de sangre y vísceras que estábamos viendo. A mí, sin embargo, esas imágenes me generaron una profunda tristeza. Ni asco ni miedo, pena desgarradora. Fue como revivir la escena de El Jorobado de Notre Dame en la que Quasimodo es linchado por la masa popular por culpa de su aspecto. Puro trauma.

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