Crítica de ‘Anatomía de una caída’, nominada a mejor película en los premios Oscar 2024
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Ha sido una de las sensaciones cinematográficas de la temporada. Ganadora de la Palma de Oro en Cannes y nominada a cinco premios Oscar 2024 (incluyendo mejor película, dirección y actriz principal), Anatomía de una caída es un drama judicial en el que una mujer es acusada del asesinato de su propio marido. La cineasta francesa Justine Trie crea una trama que va más allá del thriller al uso y de la intriga clásica para diseccionar, primero, las relaciones maritales y los patrones tóxicos dentro de las familias pero, sobre todo, reflexiona sobre la justicia y sobre nuestra idea de lo que es la verdad. Una obra de arte muy aplaudida por la crítica de medio mundo que tiene, entre sus mayores bazas, a Sandra Hüller, actriz alemana que compone uno de esos personajes que marcan la historia del cine. ¿Por qué esta cinta no opta como mejor película de habla no inglesa? Porque la Academia francesa no la envió a los Oscar (se rumorea que fue porque, cuando ganó en Cannes, la directora criticó a Macrom y el presidente francés pidió que Anatomía de una caída no representase a su país. Si esto es cierto, la jugada no ha servido de mucho).
El argumento
Sandra, una escritora alemana, vive con su marido Samuel y su hijo ciego, Daniel, en un chalé en medio de los Alpes franceses. Cuando Samuel fallece en misteriosas circunstancias en su propia casa, la investigación no puede determinar si se trata de un suicidio o de un homicidio. Sandra es arrestada y juzgada por asesinato. El proceso pone su tumultuosa relación y su ambigua personalidad en el punto de mira.
¿Qué es la verdad?
En periodismo nos enseñan que, para contar algo con veracidad hay que responder a cinco cuestiones: el qué, el quién, el cuándo, el dónde, el cómo y el por qué. Nada de esto importa en Anatomía de una caída, ni siquiera es relevante saber qué ha pasado. Si vemos el punto de vista jurídico, la verdad se ha de basar en las pruebas materiales irrevocables pero, éstas, pocas veces contestan todos los interrogantes. Es por ello que, como sociedad, creamos una narrativa de los hechos basada en nuestros propios prejuicios y valores. “Fulanito mató a Menganito porque no me fío de su cara; porque yo, en su lugar no hubiese actuado así; porque no se parece sentirse culpable o afectado…” Y así hasta el infinito. La ley ha de aspirar a ser justa pero aceptando que nunca lo va a ser porque es humana. Es aquí donde está el alma de la película filmada por Justine Trie.
La verdad, en Anatomía de una caída, es, como en la vida, un cruce de versiones. Cuando no hay pruebas suficientes para un dictamen hay que crear una historia y ésta puede ir, según el punto de vista, en varias direcciones. El espectador se pasa las más de dos horas y media de metraje intentando intuir lo que ha ocurrido, dejándose llevar por lo que cuentan fiscales, abogados defensores y los propios implicados para, al final, comprender que no importa si hubo o no crimen. Importa lo que tú creas.
En este viaje hacia los prejuicios de cada uno, la directora francesa aprovecha para hablarnos también de las relaciones de pareja, de las dinámicas tóxicas que nos unen y nos separan. Hay una escena en concreto que pasará a los anales del cine por su sola concepción en la que el matrimonio protagonista pasa de una leve discrepancia a una sangrienta lucha de navajazos verbales que está a la altura del mejor Ingmar Bergman. Pero lo mejor no es la disección del comportamiento de esos dos personajes, la clave está en el contexto, en quien escucha esa bronca y qué conclusión saca después.
La portentosa Sandra Hüller lleva todo el peso de la película y eleva el guion a la estratosfera de las obras de arte. Física y emocionalmente, la actriz alemana se entrega a un papel que no está escrito para agradar ni para admirar. Su ritmo en los diálogos, su economía expresiva y su minucioso estudio del personaje convierte su trabajo en uno de los más potentes del año ( y de la década).
Anatomía de una caída es una cinta muy hablada. Se supone que aquí los diálogos son los protagonistas pero, en realidad, no es así. Justine Trie utiliza mil recursos audiovisuales para que su obra sea incuestionablemente cinematográfica. Se crea, además, un juego para que el espectador interactúe y haga de juez. No hay un final ambiguo clásico. Existe una resolución social, una sentencia. ¿Eso significa que uno sale del cine sabiendo lo que ha ocurrido realmente? Para nada. La duda te atormenta mucho después de ver la película. Eso es lo que debe hacer el gran cine.