Pablo Aguado malogra con la espada una gran faena en San Isidro

Feria de San Isidro
Pablo Aguado durante una de sus faenas (Foto: EFE).

El joven Pablo Aguado demostró este sábado en Madrid que la rotundidad de su grandioso triunfo en Sevilla no fue flor de un día, con una faena memorable, en la que, por momentos, hizo soñar a los tendidos con la excelsa belleza de su toreo, aunque, al final, todo quedara en nada por culpa de su mala espada.

Lo que hizo el joven sevillano al sexto toro de una interesante corrida de Montalvo está al alcance de muy pocos, tanto que la oreja que cortó Ginés Marín al que abrió plaza quedó en un segundo plano, y qué decir de la tarde del mexicano Luis David, muy por debajo de un extraordinario y bravo toro, el segundo.

Pero lo primero es lo primero, y es cantar las maravillas del toreo sin parangón de Aguado, que, sin tocar pelo, fue, sin duda, lo mejor, más puro y más verdadero de todo lo acontecido hasta el momento en la feria.

Fue frente al sexto y con la luna de testigo cuando a Aguado le dio por viajar a otra época para hacer traer a Madrid el toreo eterno, el de verdad, el que siempre emociona y se encuentra en las antípodas de lo que se estila en el siglo donde, supuestamente, se torea mejor que nunca. Y es que para hacer lo que hizo hay que nacer con ello. Eso no se enseña. Ni se ensaya.

Aguado exhibió con ese toro noblote y apagadito que hizo sexto el clasicismo, la torería y la pureza más absoluta, una manera sublime de componer los muletazos, de vaciarlos por abajo, de jugar con la cintura, con sus muñecas de pura seda.

Todo con suma naturalidad y con exquisita cadencia. Y es que en el toreo, como en el amor, las cosas más puras hay que hacerlas despacio, muy despacio, tal y como las interpretó el hispalense, que se vació por completo para el deleite y disfrute de unos tendidos totalmente entregados, que, sin embargo, despertaron del sueño de golpe y porrazo por culpa de la espada, su maldita espada.

Otro que rayó a buen nivel fue Ginés Marín, que cortó una oreja a su primero, toro que de salida apuntaba escasas fuerzas, pero que luego fue muy agradecido cuando se le hacían bien las cosas, es decir, darle sitio y evitar las cercanías. Así respondió el de Montalvo, mejor por el izquierdo

Marín descubrió enseguida lo que había que hacer, y, cogiéndole la distancia perfecta, le pegó tres series primorosas al natural. El secreto era perderle un pasito entre pases y no encimarse nunca con él, pues a la mínima que se veía asfixiado protestaba.

Y así logró el jerezano argumentar una faena técnicamente impecable y de buen toreo, abrochada por valentísimas bernardinas dejándoselo venir de lejos y una gran estocada en toda la yema.

Luis David, en cambio, dejó escapar al toro de la tarde, el segundo, un animal bravo y de una clase extraordinaria sobre todo por el izquierdo, al que toreó con variedad y cierta enjundia con el percal, pero diluyéndose en el último tercio.

El mexicano, que inició faena de hinojos, se atrincheró en la pala y, muy despegado, lo pasó sin alma por el derecho. Solamente hubo dos series al natural que hicieron despertar a los tendidos, y fue cuando se colocó como Dios manda, echó los vuelos y, muy encajado, lo llevó a cámara lenta.

Pero fue insuficiente. El toro mereció mucho más. Tanto que ni la soberbia estocada en la suerte de recibir le sirvió para cortar una oreja que, a decir verdad, hubiera sido un premio devaluado, pues el de Montalvo fue de dos, y de mucha rotundidad.

Del resto de la función, poco que contar. Aguado esquivó la tragedia con un sobrero de Algarra blando y muy ofensivo por delante; Marín pasó de puntillas con un cuarto también muy justo de fuerzas; y Luis David estuvo vulgar con un quinto que se movió y duró mucho, aun sin terminar de descolgar y faltándole también un punto más de fortaleza.

FICHA DEL FESTEJO.- Cinco toros de Montalvo, bien presentados aunque con desigualdades de hechuras y volúmenes, y de juego también variado. El tercero fue un sobrero de Luis Algarra, con mucha cara y muy blando.

Ginés Marín, de azul noche y oro: estocada en la yema (oreja tras aviso); y pinchazo, estocada trasera (silencio tras aviso).

Luis David, de lila y oro: gran estocada recibiendo (aviso y vuelta al ruedo tras petición); bajonazo (silencio).

Pablo Aguado, de marfil y oro: pinchazo y bajonazo (silencio); estocada trasera y muy atravesada que hace guardia y dos pinchazos (gran ovación).

La plaza rozó el lleno (21.150 espectadores, según la empresa).

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