El misionero vasco que salva a los niños de la extrema pobreza en el Amazonas peruano
Ignacio María Doñoro de los Ríos ha escrito ‘El fuego de María’ (Editorial Nueva Eva), un nuevo libro dedicado a relatar su experiencia y cómo ha Hogar Nazaret, una institución que está ubicada en la región de San Martín, en plena Amazonía peruana, y gestiona varias casas de acogidas de niños y niñas y adolescentes.
Concretamente, en la región de Moyobamba, ciudad ubicada al norte de Perú, Hogar Nazaret gestiona cinco recursos: dos casas una para niños y otra para adolescentes, otras dos con niñas y adolescentes, y una escuela de fútbol apadrinada por el Real Madrid.
El padre Doñoro es licenciado en Estudios Eclesiásticos y en Teología Dogmática, fue ordenado presbítero en 1989. Siete años más tarde ingresó en el Servicio de Asistencia Religiosa de las Fuerzas Armadas como capellán, donde también participó en misiones especiales de ayuda humanitaria internacional en Bosnia y Kosovo.
En julio de 2001 fue destinado como capellán a la Comandancia de la Guardia Civil de Inchaurrondo, donde permaneció durante varios años. Tras haber fundado una ONG para salvar a niños en riesgo de extrema pobreza, abrió casas de rescate en Tánger, Mozambique, Colombia, El Salvador y otros países, hasta que en 2011 decidió pedir la excedencia para irse con los más pobres de los pobres. Desde hace unos años vive en la selva del Amazonas, en Perú, donde sigue rescatando de situaciones límite a niños y adolescentes.
«El Hogar Nazaret nace del mismo Corazón de Jesús»
Defiende el padre Doñoro que es la «Virgen María quien dirige toda la historia de amor del Hogar Nazaret y nació en el mismo Corazón de Jesús y está reclamando una humanidad nueva y proclamando que los más pequeños y los más destrozados son sus preferidos».
«Fue Jesús quien dijo que son bienaventurados los que lloran, los que sufren, los que tienen hambre y sed de justicia», por esta razón, señala el padre Doñoro, «es que los pobres se dejen cuidar, servir y amar no solamente merece todo nuestro respeto, sino además un inmenso agradecimiento, porque los pobres nos llevan al cielo. A ellos hemos de acercarnos casi de rodillas, con sumo cuidado, casi con veneración, agradeciéndoles que se despojen de lo poco que tienen, que es el dolor, para revestirse de la verdad».
Argumenta, además, que quien levanta una obra como el Hogar Nazaret en pleno Amazonas «no puede ser esclavo del miedo, sí del amor» porque «un amor que no se detiene ante nada y ante nadie más que Dios, que por amor ha querido hacerse insignificante y no solo acostarse en un pesebre maloliente, sino dejarse tumbar en una cruz y volverse tan pequeño que hasta podemos metérnoslo en la boca y comérnoslo».
Argumenta el padre Doñoro que, efectivamente, «hablamos de Jesús, que multiplicó los panes y los peces, el mismo que transformó el agua en vino, el mismo que curó los ojos de los ciegos y las llagas de los leprosos. A día de hoy, ese mismo Jesús sigue curando y su cuidado se hace especialmente patente en los niños que llegan cargando con su cruz al Hogar Nazaret, donde Él les está esperando con los brazos abiertos para devolverles lo que era suyo y que nadie debió haberles quitado jamás: la alegría de vivir».