Víctimas de primera y víctimas de segunda

Víctimas de primera y víctimas de segunda
Víctimas de primera y víctimas de segunda

El miserable comportamiento de la izquierda radical hacia la memoria del que fuera alcalde de la localidad menorquina de Es Castell entre 1924 y 1930, Francisco Gimier Sintes, asesinado el 16 de noviembre de 1936 por las tropas republicanas, no es nada nuevo. Es la conducta habitual del Pacte de Progrés, obsesionado en ocultar a las víctimas de los comunistas de la Guerra Civil. Para ellos hay asesinatos de primera y asesinatos de segunda. Es repugnante, pero no es la primera vez que ocurre.

La izquierda quiere correr un tupido velo sobre las atrocidades que cometió en el conflicto bélico español. Pretende convencer a la gente de que los asesinatos fueron producto tan sólo de las fuerzas nacionales al mando de Franco. Por eso figuras como la del ex-alcalde de Es Castell les resultan tan molestas. Son «víctimas inoportunas» y de lo que se trata es de borrar cualquier vestigio de su existencia. Esa fue la razón por la que en marzo se procedió a retirar el monolito en recuerdo a su memoria que existía en la localidad en la que ejerció su cargo hasta que los republicanos le mataron. Es es también la razón por la cual el Pacte, en bloque, se ha negado una y otra vez a recordar a los centenares de palmesanos que murieron víctimas de los bombardeos de la aviación comunista durante la Guerra Civil. La inmensa mayoría eran civiles, inocentes que no manifestaban ningún sentimiento político. Pero eso al Pacte les da igual. Para ellos nunca existieron.

El problema para la izquierda radical balear es que quedan todavía muchos supervivientes de la Guerra que pueden contar lo que pasó. Que pueden recordar qué eran las checas, que pueden dar testimonio de cómo fusilaban los comunistas a los soldados de sus propias tropas que querían abandonar el combate o que pueden horrorizar al mundo explicando qué era el «chorizo de monja». Porque al final la verdad siempre sale a la luz. Con toda su crudeza, con todo su realismo, y acaba explotando en la cara del que pretende ocultarla.

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