Toca reaccionar: moda en 4D
Brilla el sol, estoy sana, mis hijos están bien, hoy no tengo ganas ni capacidad para destripar a nadie. Me inunda una paz fraternal, solidaria, que me hace dirigirme esta semana hacia otros aspectos de la actualidad que pasan por alto la pandemia, la nevada y todos los dramas colaterales.
Voy a contarles una realidad que está modificando para siempre el modelo de producción y distribución de las telas y objetos que nos ponemos encima para no pasear desnudos. Eso que venimos llamando ‘ropa’, que en un principio se fabricaba a la carta, que luego compramos en serie, que ha sido agitada de una manera radical gracias al ingenio de un español universal –Ortega-, afronta una nueva revolución que la mayoría aún desconoce.
La patente de lo que voy a exponer la obtuvo en 1986 el ingeniero estadounidense Chuck Hall. La impresión en 3D es la construcción de un objeto con capas de polímero fundido y extruido en filamentos o polvo de poliamida fundido por láser. Esta técnica ha sido utilizada de forma habitual por otras industrias, como la automovilística; sin embargo, la moda, más vinculada a la artesanía en ese anhelo incesante por clasificarse como una más de las bellas artes, no mostró inicialmente interés en sus posibilidades.
La pionera en inclinarse hacia esta tecnología vanguardista fue la modista holandesa Iris van Herpen. Tras iniciarse en el mundo de la moda con el ya mítico diseñador británico Alexander McQueen, comprobó que con la impresión 3D podía realizar cualquier textura y forma sin pruebas previas. El producto salía de la máquina perfectamente terminado. Avanzó su investigación con la colaboración de otros expertos en arquitectura, ingeniería, programación, biología y ecología. Fundamental fue su simbiosis con la arquitecta israelí Neri Oxman.
Mientras ambas experimentaban, se les adelantó el diseñador de vestuario escénico y decorador Michael Schmidt, que produjo el primer vestido impreso en 3D en Los Ángeles. El hecho tuvo lugar el año 2013. Este creador de la imagen de las giras de artistas como Madonna, Beyoncé o Rihanna se atrevió con la pieza final para un simposio sobre tecnología que tuvo lugar durante la Semana de la Moda de Nueva York. La humana que lo iba a llevar era Dita von Teese. Para su realización pidió ayuda a expertos en diseño asistido por ordenador para escribir el código de la tela. Los programadores de CAD son los nuevos sastres.
El vestido, esa especie de quimera, se paseó por todos las exposiciones sobre tecnología del mundo. Schmidt confesó que su creación había sido fascinante y que la belleza del proceso radica en la posibilidad de crear formas inimaginables, imposibles de producir de otro modo. Desde entonces, la impresión tridimensional es parte activa en el mundo de la moda. El sombrerero londinense Philip Treacy imprimió poco después unas piezas metálicas art decó, cuya inspiración encontró en el sombrero que la Garbo llevaba en Mata Hari. Zapatillas de deporte de marcas como Adidas o New Balance también imprimen algunas partes, llegando a escanear incluso los pies de clientes. Los robots cortan el calzado, las computadoras lo tejen y finalmente se imprime en 3D.
Esta nueva realidad nos hace cuestionarnos el concepto del vestir, el sistema, la producción y los modos de consumo de toda esta industria. El futuro pasa por la impresión por encargo, lo que facilitará la realización de prendas únicas, de tirada corta, pero a nivel masivo. Al no producirse ninguna acción hasta que el cliente haga un click en “comprar”, no habrá necesidad de almacenes, ni ropa excedente que triturar o quemar, otra suerte desde el punto de vista ecológico. Así trabajan desde hace años algunas empresas en Londres, como Unmade, fundada en 2013.
Lo expuesto es historia. Imprimir en 4D es ya una realidad. La tecnología evoluciona a un ritmo de vértigo ahí fuera. Vamos a lamentarnos menos, a ser optimistas y creativos, a mirar el futuro de nuestros hijos con perspectiva y a no quedarnos atrás en todo esto. Las otras capitales del mundo desarrollado no descansan ni se lamentan tanto. Mientras nieva o truene, también se puede trabajar, siempre que estemos vivos.