Las tierras raras ucranianas son el oro del Banco de España
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Decía Napoleón Bonaparte que «para ganar la guerra se necesitan tres cosas: dinero, dinero y dinero», pero no sé si esta traducción es la más acertada, porque el emperador francés debió saber bien que el dinero hace tanta falta tanto para ganar la guerra como, sobre todo, para perderla. Cuando empezó la Guerra Civil, España era el cuarto país del mundo con mayores reservas de oro, después de Estados Unidos, Francia e Inglaterra. Nuestro banco central poseía más de 700 toneladas de oro, mayoritariamente acuñado en monedas, que a valor actual superaría los 40.000 millones de euros, a los que habría que añadir otros 20.000 millones de valor numismático. Nada más empezar la guerra, una cuarta parte de estas 700 toneladas de oro fueron vendidas a Francia por el Frente Popular para comprar armas. Y en cuanto llegaron al poder en septiembre de 1936, el socialista Largo Caballero y su ministro de Hacienda, el también socialista Juan Negrín, ordenaron que las restantes 500 toneladas de oro fueran trasladadas en barco a la URSS, dejando sólo telarañas en la caja del Banco de España.
La ayuda de la URSS al Frente Popular durante la Guerra Civil no fue, ni mucho menos, desinteresada. Stalin estafó a los socialistas españoles aplicándoles un tipo de cambio ruinoso cada vez que estos les compraban unas armas escasas y defectuosas con las que perdieron la guerra. La solidaridad del proletariado internacional no fue más que un negocio en el que los rusos, igual que antes habían hecho los franceses, se cobraron más que sobradamente cada rifle cochambroso y cada tanque obsoleto que enviaron a España. Pero no fueron los comunistas los únicos que hicieron caja con su participación en aquella guerra. Sin acceso al oro, Franco financió a crédito al bando nacional, emitiendo una deuda que alemanes e italianos recuperaron con cuantiosos intereses durante la dura postguerra.
Tampoco la reconstrucción fue desinteresada. En 1953 el presidente de Estados Unidos, Eisenhower, accedió por fin a la firma de los llamados Pactos de Madrid por los que los americanos, que nos habían excluido de su Plan Marshall por la cercanía de Franco con los nazis durante la II Guerra Mundial, ofrecían su ayuda económica para la reconstrucción de España, pero no lo hacían de forma generosa y gratuita, sino a cambio de que les cediéramos nuestro territorio para que ellos construyeran aquí cinco bases militares en Rota, Morón, Torrejón, Sevilla y Zaragoza, a las que trasladaron a 7.000 militares estadounidenses, junto con sus familias.
Para la guerra se necesita «dinero, dinero y dinero» que siempre pagan los perdedores. Irak se vio obligado a pagar a Kuwait más de 50.000 millones de dólares por las reparaciones vinculadas a la guerra, y a su vez Kuwait pagó millonarias compensaciones a sus aliados de Estados Unidos, Reino Unido y Francia, además de los contratos de explotación petrolífera concedidos a sus multinacionales.
Por eso, cuando ahora el presidente de EEUU, Donald Trump, ha propuesto al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, un trato que consiste en quedarse con el 50% de los beneficios de la explotación de las tierras raras y resto de minerales estratégicos que hay en el subsuelo ucraniano, por valor de 500.000 millones de dólares, como compensación por su ayuda durante la guerra y su apoyo en la negociación de paz y en la reconstrucción, Trump no hace ninguna cosa diferente a lo que han hecho todos los países siempre en todas las guerras. Stalin hizo negocio a costa del Frente Popular como Trump pretende hacerlo con Ucrania, pero nunca es el qué, siempre es el quién.