Por supuesto que es un error, ¡y no menor!

Vivienda

El Gobierno va a arreglar con prioridad el problema de la vivienda. Ya saben, ese problema que también arreglaron unos meses antes de las elecciones del año pasado. ¿Se acuerdan de la diarrea de cifras que nos soltaron?

Y este sprint de ahora, (pues entienden que el tema funciona como comodín electoral), va a terminar igual que el de entonces, es decir, en nada. Como, además, no tienen mayorías para hacer leyes nacionales y las competencias están transferidas a las comunidades autónomas, todo lo que se les ha ocurrido es acabar con las golden visa, que es como solucionar el hambre en el mundo prohibiendo comer caviar.

También anuncian que van a arreglar las deficiencias del sistema sanitario; eso sí, dificultando los muy necesarios acuerdos con entidades privadas e impulsando ampliaciones en las coberturas de enfermedades que la mayoría de las comunidades han adoptado hace tiempo. ¡Vamos, otra ración de prejuicios anticapitalistas y de falsedades!

Pero por lo visto, todas estas medidas, en materias en las que el Gobierno central tiene limitadas competencias, no proporcionan la dosis de propaganda y autobombo que necesita el mono yonqui del presidente Sánchez. Por eso, en tiempo de elecciones europeas, han optado por potenciar un perfil internacionalista (más que europeísta) y su condición de supuesto líder transnacional.

Por ahí anda el ministro Albares atendiendo comodísimas entrevistas en las que presume de estadistas, por él y por su jefe, y en las que recuerda al PP que la política internacional es de Estado y no de partido, sin que ninguno de sus interlocutores le repregunte o le recuerde porque entonces cambio Sánchez con nocturnidad y en solitario la tradicional posición española respecto al Sahara.

Y en este momento del conflicto en Gaza, para que luzca palmito y repita en inglés sus frases hechas, le han querido construir a Sánchez una posición propia, aunque en el fondo está cosida con retales del pacifismo y el sempiterno antijudaísmo de la izquierda radical.

Reconocer el Estado palestino, acompañando algunas premisas y condiciones (delimitación y aceptación de fronteras, implantación de un régimen democrático, reconocimiento recíproco de Israel por parte del mundo árabe…) podría ser hasta una buena idea, pero hacerlo en este momento es, en el mejor de los casos, una ocurrencia completamente inútil, y, en el peor y más probable, una maldad con pésimas consecuencias.
Por referir la más obvia, supondría un premio implícito a los atentados terroristas del 7 de octubre, por considerarse el reconocimiento una consecuencia positiva de los mismos. A Hamás no se le puede conceder esa recompensa; al contrario, a los grupos terroristas hay que perseguirlos hasta exterminarlos y es entendible que Israel haya decidido que por oportunidad y capacidad este es el momento de hacerlo.

Por supuesto que se deben minimizar los daños colaterales, pero no se debe olvidar, como han hecho Sánchez y su cuadrilla, que de la existencia de los mismos son siempre más responsables quienes provocaron el conflicto. También hay que tener en cuenta el coste de oportunidad de no terminar ahora con los terroristas, y que además ese coste a futuro lo será fundamentalmente para los propios palestinos.

Así que tengamos claro que criticar la posición adoptada por el Gobierno y las inoportunas propuestas que están lanzando no es, a pesar de la crudeza de la guerra, ni hacer seguidismo de la misma, ni ser poco solidario y fraternal con el pueblo palestino. Mucho menos ser poco patriota o no contribuir al prestigio internacional de nuestro país, que es lo que ahora andan repitiendo todos los ministros; es justo todo lo contrario, ya que los alineamientos por los que se está optando son los opuestos a los que España y Europa deberían tomar.

De todas formas, si hasta el pasado sábado la campaña internacional del presidente ya se estaba quedando huérfana de apoyos, la contraprogramación que le ha hecho Irán ha demostrado que nuestro adelantado se queda en fuera de juego con más facilidad que Álvaro Morata. En definitiva, en el exterior están mostrando el mismo simplismo populista y sectario que en las políticas internas. Terminan por representar el chiste de aquellos porreros que arreglan el mundo mientras se pegan una gran fumada; después de cada calada abordan y solucionan cualquier problema, y cuando éste se les aparece muy complejo e intrincado, les da igual, su recurso es liar un canuto con más costo.

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