El sanchismo derrapa

El sanchismo derrapa

Hay algo en la personalidad política de Pedro Sánchez que es como esa fruta de frigorífico que reluce y asume perfección pero luego madura mal. Viene con celofán de diseño y entre lo que transcurre del mercado a casa, pierde aroma, sustancia, vitaminas. Es su versión personalizada de la post- socialdemocracia, encantado de haberse conocido. Al desnaturalizar todo lo que ha sido el PSOE desde la transición y que Rodríguez Zapatero ya alteró, Pedro Sánchez ha introducido de pleno la relativización en la política.

Es lo que va de la política cabal de Javier Fernández al frente de la gestora en la crisis socialista de 2016 a la política virtual de Pedro Sánchez desde que regresa a la secretaría general. Tiene su punto álgido en la moción de censura a Mariano Rajoy, el acceso al poder y las elecciones anticipadas en las que alcanza 123 escaños y queda a la espera de obtener una mayoría de investidura. Eso no es propiamente una crisis de la democracia española pero acumula rasgos de inestabilidad. Tanta incógnita tiene un coste institucional y económico, como van percibiendo los sensores de la Unión Europea, de nuevo con los principales despachos ocupados después de las elecciones. La sombra de unas nuevas elecciones anticipadas satura de incertidumbres la vida pública española. Para la economía, los “shocks” potenciales no son ficción.

Emergen elementos suficientes para una estimación de los propósitos del sanchismo, muy personalizados, con un efecto de desequilibrio entre la ejecutoria y la apariencia. Es una política de buena percha. Tiene sintonías de “youtuber” y es refractaria a la realidad, de la que cree disponer como si fuese una sesión espiritista. Para una socialdemocracia descafeinada por la globalización y el universo digital, el sanchismo es más bien un espejismo, una pausa en la que a falta de otra cosa gobierna con las máximas dosis de antifranquismo e ideología de género.

Es memorable su rueda de prensa después de los acuerdos de los socios de la Unión Europea para dotarse de nuevas cúpulas de poder, tal vez porque, aun considerándose un consumado navegante de las instituciones comunitarias, como pieza importante del grupo socialdemócrata y como jefe de gobierno no podía alardear de trofeos en la gran batida. Entonces, con su indiscutible soltura gestual pero con mirada algo desconcertada, optó por considerar que el reparto de poder en Bruselas era un victoria de la paridad y de la ideología de género.

Del mismo modo que estuvo a punto de deteriorar al máximo la unidad del PSOE a menudo hace sospechar que la integridad de España no es una de sus principales tribulaciones. ¿Qué lo que mueve realmente a Pedro Sánchez? Tampoco es la consolidación económica y si no fuera por la abundancia de presiones parece capaz de asumir el gasto y el déficit a los que le llevaría un entendimiento de gobierno con Podemos. Agitado por esas curvas de vacío de poder, el sanchismo derrapa incluso en el Valle de los Caídos. En una época en la que hacer Historia importa menos que reescribirla, Pedro Sánchez es su propio amanuense. Lo molesto es que en momentos así es cuando parece que política y antipolítica se den de la mano.

  • Valentí Puig es escritor.

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