A Sánchez le salva la Guerra Civil

A Sánchez le salva la Guerra Civil

Hay que decirlo con claridad, sin ambages, incluso sin recato alguno: a Sánchez ya sólo le queda la Guerra Civil. Hace 85 años que terminó, pero ya es lo único que le mantiene en pie en las elecciones. Ha conseguido resucitar la revancha de miles de españoles que ahora se acogen al resultado de aquella tragedia para seguir a un líder mentiroso y corrupto. Les da igual: «Nosotros a por la derecha pase lo que pase».

El paradigma más claro de esta constancia es un tipo descalzo también de principios, al que siempre hemos adjetivado de indigente intelectual; no, rectificamos, no lo es, José Luis Rodríguez Zapatero es un golfo cerebral que, como Pedro Sánchez, lleva rumiando desde que nació una venganza sin piedad contra los vencedores de aquella dramática contienda.

Zapatero se inventó un abuelo héroe ejecutado por los nacionales, lo cual era una -está demostrado- una mentira clamorosa. Se trataba de un agente doble al que, si le hubieran pillado antes los rojos, también le hubieran fusilado. Sánchez no hay constancia que posea estos antecedentes hereditarios. Es curioso; nadie se ha puesto a investigar sus ancestros, pero algo les transmite este cronista, por lo que se sabe: nadie en la familia de Sánchez puede presumir de ser un represaliado de Franco. Ni mucho menos. Pero a Sánchez el dato le trae por una higa. Él, en su extrema vileza, se está aprovechando de los efectos de aquella desgracia nacional para constituir el gran grupo social de los resentidos. Con eso le vale para asentar un suelo electoral que, contra todas las luces de la razón y de la decencia, sigue asentado en un 30% del país.

Digámoslo claro: el mayor contingente del voto sanchista es el de los que se proclaman sucesores de una Guerra Civil que perdieron. Zapatero, con su embuste descomunal, y este tipo de ahora, Sánchez, con su sarta de trolas repetidas sin vergüenza, han logrado que un tercio del electorado español siga ofreciéndole su voto. No vaya a ser que vuelvan ellos los que, por cierto, y cuando gobernaron, festejaron a las Brigadas Internacionales y pidieron perdón (sic) por el franquismo. Ellos, los que sufrieron a los comunistas más asesinos, se comportaron de esta guisa. Más tontos y nace ovejas.

Y lo dicho: a sus votantes, nada les importa la vesania de Sánchez, su entrega a las características más viles de la condición humana; nada les echa atrás, ellos arrean las cuentas pendientes de una parte de la población que, en cada cita electoral, no vota genéricamente contra la derecha, lo hacen contra aquel generalito de voz atiplada que les dio un meneo hace casi 90 años. Como diría Fraga Iribarne, que tenía muchas frases de consideración: «Eso lo explica todo».

Esta izquierda vindicativa ha conseguido que la ultraderecha más montaraz salga de sus cuarteles y se disponga al conflicto si reparar demasiado en las consecuencias. Personalmente tuve un horror declarado cuando hace unos días, en plena campaña, escuché a un preboste de este sector anunciar que, si ello fuera necesario, irían también a la confrontación física con la sus oponentes. Ahorro el nombre y apellido de este personaje porque, seguramente, ya se ha arrepentido de aquella infortunada advertencia. Este cronista es de los que mantiene que Franco no le hizo favor alguno a la derecha más digna habiéndose sostenido en el poder durante 40 años. Ningún favor; es más, propinó una patada en la boca a la derecha civil que se mide siempre en las urnas.

Pero, con tantos muertos en uno y otro lado, existe, tras casi un siglo, memoria parcial y arbitraria de esta fechoría histórica que, a juicio del cronista, justifica la permanencia de sujetos tan indeseables como los dos citados. A Sánchez ya no le queda más que Franco y la Guerra Civil. Posee, como gran logro, el haber subido a su carro de la venganza a millones de seguidores (este domingo a casi seis) que no tienen en cuenta en él ni el más grave de sus defectos. Comentando este domingo el resultado del sanchismo superviviente el análisis unánime era: «¿Cómo es posible esto?». O más gráficamente aún: «Con la que está cayendo, ¿cómo se explica que este hombre acopie el treinta por ciento de los votos?».

Al gentío que se expresa así sólo cabe hacerle una recomendación: mírense si ustedes tienen alguna responsabilidad en ello, si la división de la derecha -desde el domingo todavía más patente- no regala al psicópata la enorme dádiva de su prosecución en el machito. Otra de las quejas escuchadas el domingo era esta otra: «¿Es que no va a ser posible terminar con este?». Un lamento lacrimógeno que no nos hará escarmentar y que a Sánchez le cuadra como anillo al dedo. El domingo se escondió porque, una vez más, acreditó su fenomenal condición de cobarde, dejó solos/as a los suyos para encubrir su derrota a manos del Partido Popular. Hablando de esa guerra que tanto le gusta, el general Sánchez dejó tirados a sus soldados en la seguridad de que estos seguirán gritando: «¡Begoña, Begoña, Begoña!» cada vez que le vean. Le perdonan todo porque para ellos existe un enemigo descomunal: la derecha que les ganó la Guerra Civil. Es lo que explota este individuo sin principios, ni fundamentos, y es lo que va a seguir haciendo mientras la derecha, aun dándose cuenta de que su victoria del domingo es muy insuficiente, sólo seguirá estremeciéndose como una monjita estupenda con un «Por Dios, por Dios, ¿qué nos está pasando?».

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