Sánchez o el caos despenalizado

rebelión

Ante la indiferencia de la tercera autoridad del Estado, Meritxell Batet, presidenta del Congreso de los Diputados, el diputado Gabriel Rufián, de ERC, exclamó el pasado jueves desde la tribuna que «hemos quitado el juguete a jueces fascistas».

El «juguete» es la vigente respuesta del Código Penal al delito de sedición, cuya rebaja a «desórdenes públicos agravados», y con ello la extinción de tal delito, ha acordado tramitar Pedro Sánchez a cambio de los votos de ERC a unos Presupuestos Generales fuera de la realidad, es decir, acomodados a lo que parece todo hoy en la España de Sánchez: irreal.

Tan irreal como tener que recordarle a un diputado que el «juguete» se lo dieron a los jueces los 200 representantes del Congreso que el 8 de noviembre de 1995 aprobaron el proyecto de ley de reforma del Código Penal presentado por el Gobierno del PSOE, con 130 abstenciones y tres votos negativos por error. Por el contrario, la rebaja de Sánchez, supuestamente favorable a la convivencia, empezó su trámite con el Parlamento fracturado: 187 votos a favor, 155 en contra y 6 abstenciones.

Pongamos que la presidenta del Congreso le hubiera aclarado a Rufián que, además de los diputados del PSOE, la que apoyó en 1995 las penas del delito ahora mercadeado por Sánchez fue la única diputada de ERC en aquella quinta legislatura, Pilar Rahola. De haberlo hecho, Batet habría entrado en el libro Guinness parlamentario de los ahora denominados «zascas».

Pero ya sabemos que el PSOE no está para dar «zascas» a sus socios, sino para bailarles el agua, especialmente cuando denigran las instituciones con sus exabruptos, en vez de explicarles las funciones de los poderes democráticos.

El pasado jueves se confirmó en la Carrera de San Jerónimo que lo que es un juguete en manos de Sánchez y de sus socios es el Estado de Derecho. La tramitación como proposición de ley de la liquidación del delito de sedición persigue evitar los informes del CGPJ y del Consejo de Estado sobre lo que podría ser una amnistía encubierta. Una reforma que deja inerme a la democracia frente a los sediciosos pasados y los sediciosos futuros, los cuales serán también los pasados porque éstos han dicho que lo volverán a hacer.

Ya hemos recordado la reforma del Código Penal bajo el Gobierno de Felipe González en 1995. Tachar de «decimonónico» el delito de sedición como hizo Rufián es un absurdo falaz. Quizás es que el término «tumultuariamente» que expresa el artículo 544 le parezca anticuado, pero por eso está bien recordar lo que señaló en 1995 en defensa de esta expresión el portavoz socialista, Rafael López, en la Comisión de Justicia e Interior durante la tramitación de la reforma penal.

Ante la enmienda del PP para sustituirla por la fórmula «en abierta hostilidad», el portavoz del PSOE aseguró entonces que eso significaría «introducir una expresión que, a nuestro juicio, parece menos elegante (…), menos gráfica que la del Código Penal vigente, que es la que propone el proyecto. Yo creo que ‘tumultuariamente’ es una expresión suficientemente gráfica y asentada».

Pues no le resultó tan elegante, ni tan gráfica ni tan asentada a Pedro Sánchez cuando le pareció insuficiente para definir lo que sucedió en torno al 1-O en Cataluña. «Clarísimamente, ha habido un delito de rebelión», dijo en su día.

Pero ahora Sánchez ha decidido, nada elegantemente, que tampoco sea sedición. Todo sea en aras de una supuesta convivencia en la cual, según lo que parece nueva doctrina asentada en el consejo de ministros, los que cumplen las leyes en Cataluña han de aprender a convivir con quienes las violan, y no sólo eso: deben resignarse a que el Gobierno premie a los violadores, mientras tacha a sus víctimas de extremistas por denunciar el atropello a sus derechos.

Paso a paso, Sánchez va cebando así su mensaje para las próximas elecciones en franco idilio con sus socios: o yo, que no tengo escrúpulos para darles a ERC y Bildu lo que exigen, o el caos despenalizado. De momento, sus socios Otegi y Junqueras ya le han dado el visto bueno. Es decir, el visto malo para España.

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