Salazar y la selección natural en política
En política, existen los procesos de selección de personal, como en una empresa privada y en cualquier organización de recursos humanos. La diferencia es que, en la política actual, la elección de la mayoría de los que copan puestos de responsabilidad o acaban en una institución pública o bajo el colchón caliente del escaño no se rige por criterios de mérito y capacidad, sino por fundamentos de oportunismo y afinidad. Con el que hace las listas, por supuesto. Y a ese oportunismo y afinidad hay que sumarle una evidente ausencia de talento y una manifiesta docilidad, cocktail decisivo a la hora de seleccionar al que, en principio, menos molesta y por ende, menos problemas pueda generar a futuro. La diferencia entre los políticos de antaño y de ahora es que la mayoría de los que se dedicaban al servicio público antes llegaban con una carrera hecha y una trayectoria en el sector privado. Ahora, ingresan en el partido sin haber empezado siquiera una carrera, porque la carrera, es el partido.
En las formaciones políticas existe, por lo general, una evidente ausencia de ejemplaridad. Los canales internos no están para depurar responsabilidades sobre actos ilícitos o inmorales, sino para silenciar al que denuncia para que no altere la tranquilidad y sobre todo, el estatus de quien, por lo general, tiene cercanía con el que manda en el partido. Cuanto más sabes, más asciendes y más te protegen.
Llegan a puestos elevados los que resultan más fieles y leales al líder, con independencia de su condición ética, talento personal o ejemplaridad pública. Ya no digamos oficio y experiencia profesional. Y es un bucle de intereses proteccionistas. Unos a otros acaban por constituir un búnker amoral donde el secretismo impera y sólo cuando ya es inevitable e imposible de ocultar el presunto delito o la praxis corrupta, entonces se toman medidas, se destituye al responsable y se comunica como si hubiera sido lo primero que se ha hecho, cuando en realidad se interviene al final y porque no quedaba más remedio.
Lo de Salazar no es el caso aislado que puede dañar coyunturalmente a un partido. Es una forma de hacer y proceder que lleva mucho tiempo instalada en el PSOE. Ahí están los puteros de los Eres, Tito Berni, Ábalos o el secretario general del partido en Torremolinos. Y cuando llevas en tu programa la abolición de la prostitución y llenas el partido de consumidores de la misma y de degenerados, es evidente que el voto de quien cree en esos valores se va a resentir. Cuando hablas de ejemplaridad y en realidad solo querías el poder para delinquir, robar y buscar impunidad (ya ha sido detenida la versátil y polifacética fontanera de Pedro, Leire Díez), las ratas que antaño te tendían pleitesía empiezan a abandonar el barco a la primera acumulación de fechorías. Pero lo que en otro país hubiera acabado con un gobierno huérfano de toda legitimidad y crédito, en España resiste agarrado a quienes aún viven de dichas corruptelas. La realidad es que el PSOE está perdiendo más votos por lo sexual que por lo moral o institucional.
Salazar era tan conocido y cercano a Sánchez como Ábalos, Cerdán, Koldo, Aldama, Leire Díez o Zapatero, por cerrar el círculo de intereses y vicios cada vez menos ocultos. No lo apartaron ni lo despidieron. Porque es uno de los suyos, quien iba a ser el siguiente al mando de un partido podrido de delitos seguros y lecciones caducas. Sánchez sabía cada uno de los trapicheos y movimientos de su séquito. Y calló. Y permitió. Y otorgó.
Alargó una decisión obligada que exigía inmediatez, lo que incrementa la duda sobre su teórico liderazgo mesiánico, al que ata una red de intereses entrelazados. Y cualquiera de las dos opciones no le deja bien parado. O es irresponsable a la hora de elegir colaboradores o cómplice de los delitos que tiene al Gobierno ilegítimo que ya no controla frente al paredón. Esta es la política que nos gobierna. La que tenemos. La que votamos, y por tanto, nos merecemos. Y todo empieza cuando dejas entrar en una organización a quién sólo acredita como experiencia la adulación y como principios, una moral de bragueta.