Ridículo de la Justicia española
La detención de la atleta Marta Domínguez en diciembre de 2010, en el marco de la Operación Galgo, provocó una auténtica conmoción en la opinión pública, ya que la palentina se había convertido en todo un símbolo de los triunfos deportivos de España en el mundo.
Había caído derribado el último mito en la estela de otros astros –no sólo del ciclismo, aunque hayan sido los casos más sonados– arrastrados por la marea del juego sucio del dopaje. Pocos meses después, en julio de 2011, la atleta se vio rehabilitada públicamente, a pesar de que en absoluto había quedado acreditada su inocencia.
Muy al contrario, la Guardia Civil había reunido pruebas incontrovertibles que hubieran llevado a condenar a Domínguez en cualquier país occidental, y no digamos ya en uno anglosajón. Pero finalmente la juez instructora archivó la causa en la que se acusaba a la atleta de consumir y facilitar a terceros sustancias dopantes.
Ha tenido que ser ahora un organismo internacional el que eche por tierra no solo el crédito del deporte español –algo que debería llevar a la inmediata dimisión de José María Odriozola como presidente de la Federación Española de Atletismo–, sino también de nuestro sistema de Justicia, que en su momento renunció a buscar la verdad en un caso en el que existían demasiados intereses ajenos al deporte.
Cuatro años después de que se cerrara en falso la investigación judicial, el Tribunal de Arbitraje Deportivo ha sancionado a Domínguez con tres años de suspensión y le ha retirado varias de las medallas obtenidas en 2009 y 2010, a raíz de la denuncia presentada por la Agencia Mundial Antidopaje y la Federación Internacional.
Se trata de un gran fracaso del deporte español, que se podría haber evitado si los sistemas de control antidopaje funcionaran adecuadamente y hubieran actuado a tiempo. En primer lugar, por el propio bien de los deportistas, que en casos tan señalados como el de Marta Domínguez han minado su propia salud con peligrosos tratamientos para conseguir un éxito a cualquier precio. No hay que olvidar que el dopaje es, ante todo, un problema de salud pública. Y en segundo lugar, el empeño en echar tierra sobre las tramas de dopaje descubiertas –como ocurrió con la Operación Puerto– no ha hecho sino dañar aún más la imagen internacional del deporte español.
Si hasta ahora determinados éxitos de nuestros deportistas eran vistos con desconfianza en el exterior, la resolución conocida hoy hunde aún más a España en el descrédito. Algo que desde luego es injusto para los cientos de deportistas españoles que obtienen sus éxitos de una forma impecable.
Pero la sanción tan justa como ejemplar a Marta Domínguez también debería ser motivo de reflexión para determinados sectores de la prensa, que demasiadas veces han optado por cerrar los ojos ante los casos de dopaje para evitar empañar la imagen del deporte español.
El ridículo que ha sufrido ahora la Justicia española y el Consejo Superior de Deportes es equiparable al de los medios de comunicación que se apresuraron a rehabilitar a Marta Domínguez, pese a la existencia de pruebas irrebatibles sobre su culpabilidad.
Determinados medios deportivos –algunos dirigidos por personas que lo más redondo que han visto en su vida es una longaniza– pudieron pensar entonces que todo valía, incluso la mentira, para derribar a Alfredo Pérez Rubalcaba, en aquel momento responsable de la Policía que había puesto en marcha la Operación Galgo.
Como ha demostrado hoy OkDiario, hay muchos motivos para cuestionar la labor de Rubalcaba como ex ministro de Interior. Entre ellos, sus dos faisanes: el chivatazo al aparato de recaudación de ETA para evitar las detenciones ordenadas por el juez Grande-Marlaska, y el chivatazo a un promotor que estaba siendo investigado en el caso Molinos.
Pero no todo vale, y desde luego la mentira nunca puede imponerse sobre el juego limpio. Ni en la política, ni a la hora de conseguir que nuestros atletas obtengan éxitos internacionales. Esa es la gran lección que el deporte español debería extraer del caso Marta Domínguez. Lo contrario es hacerse trampas al solitario y empeorar aún más la imagen que tienen en el exterior algunas disciplinas deportistas.
La inmensa mayoría de los deportistas españoles (ahí están Rafa Nadal, Alonso, Casillas, Xavi y otros muchos) obtiene sus victorias a base de esfuerzos, juego limpio y sacrificios que merecen toda nuestra admiración. Por eso no se debe permitir que la tolerancia que durante años ha existido con los tramposos, pocos pero muy conocidos, dañe la imagen de todo el deporte español.