«¿De quién depende la presidenta del Congreso? De Pedro Sánchez, pues eso»
Ese gesto del presidente del Gobierno en el que desde su escaño ordena a la presidenta del Congreso, Francina Armengol, que interrumpa la intervención de presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, con un admonitorio «que vaya acabando ya» es la prueba del nueve del nivel de degradación democrática que encarna el Ejecutivo de Pedro Sánchez.
Es tan revelador del carácter autócrata del jefe del Gobierno que cuesta aceptar que el incidente se produjo en un parlamento democrático, porque el gesto es suficientemente explícito para concluir que su protagonista tiene un concepto tan estrecho de la libertad que empieza a resultar inquietante. Sánchez se arroga la condición de líder supremo e insta a la presidenta del Congreso a que corte el discurso del líder de la oposición.
El documento, desde luego, revela el carácter totalitario de un presidente del Gobierno que se cree por encima de las instituciones. Por fortuna, Feijóo estuvo atento y colocó a Sánchez en su sitio con un contundente «no, no le mande usted a la presidenta acabar porque ya está bien, ¡ya está bien!». Sánchez, herido en su soberbia, hizo como no había dicho nada.
Ese que «¡vaya acabando ya!» con el que Sánchez insta a Armengol a poner fin a la intervención de Feijóo, revela también la consideración que le merece la presidenta del Congreso, una pieza más al servicio de sus particulares intereses. «¿De quién depende la presidenta del Congreso? De mí. Pues eso», podría haber dicho perfectamente el presidente del Gobierno para dejar claro que su gesto es consecuencia directa del altísimo concepto que el personaje tiene de sí mismo, más propio de un César que de un jefe del Ejecutivo de una democracia europea.
Armengol, por supuesto, habría cumplido solícita el mandato de su jefe de no ser porque Feijóo estuvo atento y dejó a Sánchez retratado. Podría afirmarse que el incidente resume a la perfección la situación por la que atraviesa la democracia española. Ese «que vaya acabando ya» es la metáfora más cabal del declive institucional de una nación sometida a un autócrata.