De «que te vote Txapote» a felicitado por Hamás
El refranero español, síntesis y compendio de la sabiduría popular, dispone de un variado repertorio para conocer a una persona en función de quiénes son sus compañías habituales o con quiénes establece acuerdos o negocios diversos. De entre ellos, uno de los más utilizados es el conocido «Dime con quién andas y te diré quién eres». Aplicado al ámbito de la política y al actual presidente del Gobierno, la respuesta no admite dudas al respecto. Las compañías para sus «negocios» políticos son separatistas catalanes -y vascos, con seis de ellos caracterizados por ser la franquicia política del terrorismo etarra del que nunca han pedido perdón- además de un grupo de comunistas con denominaciones distintas, incluidos cinco enfrentados y muy distantes del resto .
De un «·negocio» acordado con estas compañías es un imposible metafísico que pudiera surgir algo bueno para mejorar el bien común de los españoles o el interés general de España. Y así está sucediendo, llegando a niveles de degradación de la ética pública con una conducta personal carente del más mínimo respeto a los compromisos asumidos con carácter previo a las elecciones del pasado 23 J.
Este jueves, el superministro sanchista Bolaños, viaja a Bruselas a defender la ley de una amnistía que él mismo y unos cuantos integrantes del actual Frankenstein 2.0 encabezados por Sánchez negaban por su absoluta inconstitucionalidad antes de que las urnas convirtieran a Puigdemont en pieza política codiciada . Decir que es una medida que se hace por convicción y para «favorecer la convivencia y la cohesión interna de España» es tomar a los españoles literalmente por idiotas, una absoluta falta de respeto. Si el contenido del acuerdo firmado en Bruselas entre el monaguillo de Sánchez y Jordi Turull (previamente indultado por él), supone lisa y llanamente asumir el relato secesionista respecto al golpe de Estado que culminó el 1-O de 2017, las formas no son menos indignas.
Se ha negociado con absoluto secretismo y en el extranjero, por exigencias de la parte contratante, un prófugo de la Justicia española desde entonces y ahora reconocido como un digno «exiliado», se supone represaliado por España. Esta situación es de conocimiento general aquí, pero lo sucedido estos días con la gira «mediadora» de Sánchez representando a la presidencia semestral de la UE, ha traspasado nuestras fronteras. Ha culminado esa visita a Israel, Egipto y el paso fronterizo de Rafah coincidiendo con el comienzo de la tregua de cuatro días alcanzada entre los dos bandos para intercambiar secuestrados y prisioneros, y si algo ha quedado claro es que como presunto mediador ha sido un fracaso total.
EEUU, Qatar y Turquía han hecho una buena labor para hacerlo posible y si hubiese ido allí antes, les hubiera hecho fracasar también en su intento. Ahora, quién es Sánchez: tanto la UE como la OTAN lo van a tener más claro, al menos tanto como lo tiene Hamás y a pesar de Úrsula Von der Layen, que parece obnubilada por el personaje, pese a deber su puesto al PPE que es de suponer no le renueve el mandato tras las próximas elecciones, ya que el PP español no puede apoyar esa eventual candidatura.
Veremos los frutos del ínclito Bolaños del que suponemos que el Comisario Reynders tendrá cumplida información y, en especial, de sus prolijas declaraciones respecto a una eventual amnistía antes del último «cambio de opinión» de su idolatrado líder. Con las competencias de relación entre los tres poderes del Estado concentradas en su mano, es un espejo del concepto que de Montesquieu tiene su presidente. Su ministerio coordina la labor del Ejecutivo y prepara el Consejo de Ministros, se relaciona con las Cortes y es el titular del preexistente Ministerio de Justicia. Más claro, agua. Ahora espera también relacionarse con la Comisión Europea y salvar al soldado Sánchez amnistiándolo en Bruselas. La exitosa gira de su jefe no se lo va a facilitar. Ha pasado de ser «votado por Txapote» -léase Otegi-, a ser felicitado por Hamás: esa especialidad de ser encumbrado por terroristas no es la mejor tarjeta de presentación en Bruselas. Ni en ningún país civilizado.