Qué cuentan de los Goya

Goya

No la vi, soy uno de los 45 millones de españoles que teníamos algo mejor que hacer antes que sentarnos a que las nuevas clerecías nos soltasen el sermón. Prefiero ahorrarme el directo y que me lo cuenten; para eso tenemos a la prensa y sus columnistas. A ellos he acudido y me alegro de habérmela perdido, pues parece que fue un tostón, de mediocridad aplastante, un verdadero coñazo. Así la califica Ignacio Camacho en ABC.

Y en esas mismas páginas, Girauta nos dice que «aquellos tipos del ‘No a la guerra, pero en San Sebastián no digo nada de ETA’, aquella gente vieja puede que haya desaparecido de la industria, salvo el experto en Sanidad Almodóvar. Serían un paréntesis entre dos grandes épocas, entre Saura y Bayona, entre Erice y De la Iglesia. Un paréntesis en que se insultó a medio mercado, la España que no aceptó su superioridad moral. Corrió el tiempo y los jóvenes ni siquiera entienden sus códigos sectarios. Jóvenes que si algo no toleran es el aburrimiento. Y qué aburridos erais, goyescos egotistas, parásitos del erario (págame tú a mí mis libros, listo), torpes imitadores de los Oscar, glamour de todo a cien».

Creo que no sólo a los jóvenes. En general, este tipo de aquelarres con moralina añadida son insufribles. Insoportable lo fue también para mi compañero de cabecera, Fran Carrillo: «En Hollywood al menos hay más ingenio a la hora de criticar al poder -nos dice en OKDIARIO- Suele pasar que cuando te reúnes en áticos de lujo a beber gin tonics y parlotear entre iguales esnob sobre ascensores sociales, desigualdades del resto del mundo y ultraderechas, te olvides de la realidad cotidiana. No se enteran porque su burbuja de papel couché rebosa brillantina pedante. Cada año la gala y su pasarela estirada es peor que la anterior, y eso sí que merece una estatuilla a los guionistas».

Aparte de aburrida, la gala consiguió lo de todos los años; que hoy, en vez de hablar de cine, comentemos la matraca que nos dan y lo que nos cuesta -en subvenciones- que nos la den. Lo siento por tantos buenos actores, directores, guionistas y muchos otros profesionales con talento que lo demuestran con sus películas y en la taquilla. Es lo que tiene que titiriteros mediocres dominen el gremio. Flaco favor les hacen.

Salvo excepciones, aquello fue un nuevo aquelarre woke en el que, junto a alguna magnífica película y entre algún buen discurso, no hubo sorpresas, se aplaudió el blanqueo etarra de Muguruza y el llamamiento de Évole: «Hoy a las 12 hay manifestación a favor de la sanidad pública».

Algunos se justifican con el argumento de que la cultura también es política. Confunden política con ideología. Defender la sanidad pública es política. Atacar solo la madrileña es ideología. Y de eso iba el tema, con el amo delante tomando nota.

Si el arte es provocación, podría algún valiente haber soltado un «que te vote Txapote» o, por aquello de estar en Andalucía, haber hecho alusión a la película de Martínez Soria, ‘Don ERE que ERE’, o alguna gracieta por el estilo. Eso sí que habría sido rompedor, y hubiera removido algún que otro estómago. Pero no, la sanidad (como pretexto para criticar a Ayuso y movilizar a la progresía), y más feminismo cuantitativo (del que se valora a peso), eran los ejes de la gala.

Así lo certifica El País en su editorial: «Las nuevas generaciones del cine español compartieron protagonismo con la preocupación por la sanidad pública… Por primera vez en la historia, las cinco candidaturas a obtener el Goya en la categoría de dirección de producción eran de mujeres. Y tres de las candidatas a mejor película han sido dirigidas también por mujeres». Pues ya está. Hala, ponga mujeres y tenga subvención.

Otra forma de mercadear con la mujer nos la plantea una de las películas premiadas, La consagración de la Primavera, que ha servido pare reivindicar el ‘derecho a la sexualidad’. Tenga un deseo y pida un derecho, en eso consiste ahora la política. Y tiempo al tiempo, lo que se aplaude en la gala, se legisla cuatro años después. Esperemos, al menos, que los legisladores no sean los del solo si es sí o acabaremos todos dando por… Perdón, que me voy del tema.

Como si no hubiera temas para reivindicar, aparte del feminismo, a granel que nos invade. Antonio Casado en El Confidencial nos recuerda unos cuantos: «Como espejo de lo que ocurre, los minutos de gloria de los Goya de este año fueron indolentes en asuntos tan acuciantes del aquí y ahora como los efectos de la pandemia, el barullo de la ley del solo sí es sí, las víctimas del terremoto en Turquía y Siria, la guerra de Ucrania, la alarmante banalización de la vida política nacional o los problemas de las familias españolas para llegar a fin de mes. Tal vez les falte distancia a los creadores para ocuparse de asuntos tan ciertos como esos. O tal vez a la gente del cine español le sobre cercanía con el gobernante de turno».

Sí, temas había, tanto para ser compasivos, como el terremoto, como inmisericordes, como la ley del sólo sí es sí, pero «ni una palabra, ni una indirecta, ni un gesto, ni una pegatina, nada, lo que se dice nada, pero absolutamente nada, han dicho en los Premios Goya los que, en nombre de la cultura, el arte y la vigilancia ética de la sociedad, nunca dejan pasar la ocasión de darnos lecciones de moral y política», nos dice Jiménez Losantos en El Mundo.

Como resume Marhuenda, en La Razón «los Goya de este año nos han dado una nueva lección del sectarismo de la izquierda cinematográfica». Y Santiago Navajas en Libertad Digital nos lo aclara: «una vez más, los cineastas españoles hicieron la gala de los Goya con el carnet del PSOE en la boca. Aunque reivindicaron la diversidad, no hay otro grupo de profesionales menos diverso ideológicamente en España. Ni más predecible». Ya decía Lenin que, de todas las artes, el cine era para ellos el más importante. Y eso lo saben muy bien en el PSOE y en ‘La Academia’.

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